viernes, 25 de enero de 2013

ADRIANA Y LOS SIETE HERMANOS





Este cuento va destinado a chicos del tercer ciclo de primaria en adelante. Espero que os guste.



Cuentan las lenguas antiguas que una vez existió una chica llamada Adriana que era hija de un noble de una pequeña ciudad. Esta chica tenía 12 años y vivía muy feliz y contenta con su padre y su madre. Tenía una bellísima casa de dos plantas y una buhardilla, situada en la zona norte del pueblo. De cara al exterior la casa era preciosa, las paredes de la planta baja estaban decoradas con piedra y las paredes de la planta superior estaban pintadas de amarillo pastel. Los marcos de las ventanas eran de una madrera oscura, al igual que las vigas que se podían ver en la fachada y el tejado era de paja con las vigas vistas también. Además contaba con un enorme jardín donde había bellísimas flores y majestuosos árboles frutales. Si en el exterior la casa era magnifica, el interior no tenía nada que envidiarle. En la planta baja estaban las cocinas y un gran comedor donde, a menudo sus padres daban lujosas cenas. En la primera planta estaban las habitaciones, la que más le gustaba a Adriana era la de sus padres, porque tenía una cama enorme con cortinas a los lados y muchísimos espejos en los que mirarse. Y en la parte superior estaba la buhardilla, donde Adriana disfrutaba leyendo sentada en una vieja mecedora que perteneció a su tatarabuelo.
Además de su casa Adriana adoraba pasar tiempo con sus padres, sus primos y tíos que vivían en la ciudad. Sobre todo cuando iba con su primo de su misma edad, su tío y su padre a tirar con el arco a las dianas, o cuando daba paseos a caballo con su madre por los bosques cercanos y luego por las noches ambas leían un libro. Sin embargo a ella no le gustaba nada cuando su madre la educaba en lo que ella llamaba “el arte de la corte” porque lo veía como algo estúpido e innecesario, aunque como su madre decía que había que hacerlo ella lo hacía sin rechistar, si bien es cierto que en bastantes ocasiones lograba convencerla para ir a dar sus paseos a caballo o tirar con el arco ya que su madre sabia que “el arte de la corte” no era del gusto de su hija.      

Pero un buen día de otoño su madre enfermó, y tras la visita de varios médicos se supo que iba a morir. El padre de Adriana paso de ser un hombre risueño a sumirse en la más profunda tristeza, además el era un hombre esbelto y ahora parecía hasta haber menguado varios centímetros, y Adriana ya no encontraba juegos que la divirtiesen ni tan siquiera comidas que la supieran como antes.
Cuando los árboles estaban a punto de perder todas sus hojas la madre de Adriana pidió a su fiel sirvienta que llevara a su alcoba a su marido y a su hija. Una vez estuvieron los tres a solas en la habitación la madre les dijo:
--  “Quiero hablar con vosotros dos en estos últimos momentos. Amado mío, no puedo irme de este mundo viendo en tu cara tanto dolor, así que por favor has de volver a ser aquel hombre del que me enamoré: risueño, atento y bello, porque has de volver a enamorar a otra mujer para que instruya a nuestra hija en las dotes de la corte y así algún día pueda encontrar un marido que esté a su altura. Y tú, Adriana, flor de mis ojos, quiero que ayudes a tu padre a encontrar a esa mujer y acates su decisión porque estoy segura de que esta será por tu bien”.
Ambos dijeron a la mujer que daban su palabra de que así sería, y cuando se disponían a abandonar la sala la mujer les dijo:
--“Una cosa más, acercaos a mi” y abriendo el primer cajón de su mesilla sacó una cajita de madera, la abrió y quedó a la vista un llavero en el que se podían distinguir la silueta de una mujer y un hombre dados de la mano. Ellos miraron el interior de aquella caja y dirigieron sus miradas rápidamente hacia la mujer en busca de una explicación, ella sonreía y finalmente dijo:
--“He mandado hacer este llavero para vosotros, cogedlo” y en el momento en el que ambos cogieron el llavero las figuras quedaron separadas, como por arte de magia, y la mujer prosiguió con su explicación:
--“En realidad son dos llaveros, pero como podéis comprobar las manos de ambos tienen un imán, lo que hace las figuras queden unidas en cuanto se acercan las manos. Así, si en algún momento llegáis a distanciaros durante un largo periodo de tiempo, siempre podréis volver a reconoceros juntando los llaveros”. El padre de Adriana le dijo a su madre que aquello jamás sucedería, pero ella insistió en que por favor cada uno guardara uno de los llaveros y siempre supiesen donde lo tenían.

Cuando los árboles perdieron todas sus hojas, la madre de Adriana murió y su padre trató de volver a ser el hombre que era, y aunque no lo consiguió al cien por cien, si que mejoró mucho su aspecto y eso hizo que Adriana recuperara parte de su alegría también. Pasados un par de meses, durante un día soleado de invierno, el padre de Adriana le dijo a su hija que tenían que hablar y aprovechando el momento de la cena la dijo:
 --“Cariño, he conocido a una mujer y me he prometido con ella”, Adriana quedó atónita y le dijo:
 --“¿No crees que ha pasado poco tiempo desde la muerte de madre?” a lo que él respondió:
--“Creo que es la mujer idónea, y además tú no puedes dejar de lado tus estudios ni tu preparación para ser una dama de la corte” y Adriana contestó:
--“Padre, ya sabes que a mí no me gustan nada esas ñoñerías, a mi me gusta mucho mas lanzar flechas con el arco o montar a caballo” A lo que él argumento:
-- “Hija mía, en la vida hemos de hacer cosas aunque no nos gusten, por el simple hecho de ser más convenientes para nosotros que aquellas que nos gustan. Además prometimos a tu madre que cuando llegase este momento, los dos pondríamos de nuestra parte para no discutir, así que bastante difícil es ya para mí como para no contar con tu apoyo. Espero que me entiendas”. Adriana asintió con la cabeza y una vez acabó de cenar se marcho a su habitación, donde lloró durante varias horas antes de quedarse dormida.

Al día siguiente Adriana pasó la mañana leyendo, y al caer la tarde el padre se presentó en casa con su prometida para presentársela a Adriana. La primera impresión que Adriana tuvo de esta mujer fue, para su sorpresa, buena. Estaba claro que era más joven que su padre, era de mediana estatura, delgada, tenía el pelo marrón y largo, unos ojos de color miel y una bonita sonrisa. La verdad es que no tenía el aspecto de ser la bruja que Adriana había imaginado. El padre hizo las presentaciones y la mujer le dijo a Adriana:
--“Tu padre me ha hablado mucho de ti, dice que eres una pequeña dama extraordinaria, estoy segura de que nos vamos a llevar muy bien”. A lo que Adriana respondió:
-- “Es un placer conocerte, yo también espero que nos entendamos bien y que puedas volver a hacer feliz a mi padre”.
Cenaron los tres juntos y la imagen que Adriana construyó de aquella señora fue fantástica. Según dijo durante la cena, ella era de un lugar donde nieva mucho y hace bastante frio, pero durante los pocos días de calor que hay en el verano solía salir a pasear a caballo, lo que terminó de encantar a Adriana. También la encantaba leer y había sido educada en el “arte de la corte”, lo que no gusto tanto a Adriana porque suponía volver a su instrucción. Tras la cena la mujer abandono el domicilio y Adriana se marchó a la cama.
A la mañana siguiente un ruido de carros y voces de hombres despertó a Adriana de su placentero sueño. Bajó apresuradamente las escaleras de la casa, y dos hombres que portaban un gran baúl casi se la llevan por delante. Cuando consiguió salir a la calle vio a Victoria, la mujer que su padre la había presentado la noche anterior como su prometida, y la pregunto:
--“¿Todas estas cosas son tuyas?”. A lo que Victoria respondió:
--“Si pequeña, cuando todo esté en su sitio puedo enseñarte mis bellísimos vestidos, siempre que tú quieras”. Adriana no respondió ya que en su cabeza había una gran confusión, no sabía cuál de los sentimientos que la abordaban era más fuerte: si el de recelo por la aparición de una nueva figura femenina en la casa y en el corazón de su padre, el de asombro por la gran cantidad de objetos que llevaba consigo aquella mujer, el de intriga por saber que llevarían dentro aquellos enormes baúles o el de admiración por la belleza de los caballos que tiraban de los carruajes así como por los propios carruajes que estaban lujosamente decorados. Finalmente decidió acercarse a un caballo blanco para acariciar su hocico. Victoria se acerco por su espalda y la dijo al oído:
--“si quieres esta tarde saldremos a dar un paseo a caballo y podrás montar en él, si así lo deseas”. Adriana asintió con la cabeza y se marchó a casa de su tío donde había quedado con su primo para pasar la mañana lanzando con el arco a la diana. Sorprendentemente su primo lanzó mejor que ella aquella mañana, circunstancia nada habitual, así que su primo pregunto a Adriana:
--“¿Qué te pasa esta mañana que no das ni una?”. A lo que ella respondió:
-- “Es para darte confianza, melón”. Aunque sabía perfectamente que la razón por la que no conseguía acertar en la diana no era aquella, sino que en su cabeza seguían rondando todas aquellas preguntas que habían florecido con la llegada de Victoria.

Cuando llegó la hora de la comida Adriana volvió a casa donde su padre y Victoria la esperaban para comer. Su padre parecía estar muy feliz y recibió a la niña con un gran abrazo y un estruendoso beso, aunque rápidamente los ojos de Adriana se centraron en Victoria, llevaba un precioso vestido de color amarillo, que no era el mismo que llevaba por la mañana cuando había llegado a la casa. Durante la comida Victoria alabó el gusto con el que estaba decorada la casa, lo acogedor que la parecía el dormitorio y lo rica que estaba la comida, parecía que se sentía muy a gusto y contenta de estar allí. Tras la comida Adriana subió al desván donde intento leer un libro, pero las preguntas seguían en su mente sin dejarla descanso, cuando de repente oyó una voz que preguntó:
--“¿Se puede?”. A lo que ella respondió:
-- “Si si, adelante”. Era Victoria, con su vestido amarillo que parecía impedirla poder caminar con soltura, y acercándose a Adriana dijo:
--“¿Querrías acompañarme a mis aposentos? Quiero enseñarte algo”. Adriana dejo su libro en el suelo y se levantó de la mecedora para acompañar a Victoria. Ambas caminaron sin decir nada hasta la habitación. Una vez allí Victoria hizo un gesto con la mano para indicar, de manera muy educada a la par que elegante, a Adriana que podía sentarse en un sillón que se encontraba en el centro de la habitación. Y entonces dijo:
--“Supongo que te estarás preguntando que había dentro de los enormes baúles que he traído esta mañana, ¿es así?”. Adriana asintió con la cabeza y Victoria prosiguió “Pues bien, en su mayoría lo que hay en ellos es ropa, mucha ropa, pero también sé que hay algunas otras cosas que te van a gustar como por ejemplo esto”, en ese momento Victoria sacó una silla de montar preciosa de un baúl de color azul con detalles en oro. La silla era preciosa, de un color negro brillante, y aún olía mucho a cuero lo que hizo pensar a Adriana que era muy nueva, además tenía detalles bordados en color plata y… Un momento, en aquella silla estaba bordado su nombre, levantó un instante la vista de la silla con la  intención de preguntar a Victoria si era un regalo, pero no hizo falta ya que ella la miraba con los ojos muy abiertos y sonriendo dijo:
-- “Si, es para ti, para que las dos podamos salir juntas a montar”. Adriana apenas pudo decir gracias, estaba atónita ante aquel regalo cuando Victoria propuso:
-- “¿Quieres que vayamos las dos a montar antes de la cena?”. Adriana asintió con la cabeza y preguntó a Victoria:
-- “¿Pero vas a ir así vestida?” Victoria soltó una pequeña a la par que elegante carcajada y dijo:
-- “Si me das cinco minutos me cambio y nos vamos”. Adriana asintió con la cabeza mientras veía como Victoria iba a uno de los enormes armarios y sacaba una ropa más apropiada para montar a caballo, aunque lo que llamo la atención de Adriana fue la cantidad de vestidos que había en el armario, ella nunca había visto tantos vestidos y menos de tantos colores distintos. Victoria se percató de aquel detalle y dijo:
--“Cuando lo desees, puedes elegir el vestido que más te guste, y yo lo guardaré en el armario hasta que te lo puedas poner”. Victoria se marcho para cambiarse de ropa y Adriana se quedo mirando los vestidos. Estaba claro que su favorito era el que estaba tendido sobre la cama, el amarillo. Asique lo cogió y poniéndose delante del espejo, pensó: “Este vestido es precioso, si cuando sea mayor me queda tan bien como le queda a Victoria, estoy segura de que no me lo quitaré nunca jamás”. Y mientras se miraba y soñaba con aquel momento, Victoria entro en la habitación y dijo:
--“Bien, veo que ya te has decidido por uno”. Lo que hizo sobresaltarse a Adriana ya que no la había visto entrar “pues si ese es tu preferido, lo mandaré lavar y lo guardaré en el armario para que cuando llegue el momento, lo puedas lucir. ¿Me acompañas a las cuadras para elegir nuestro caballo?”. Adriana se limito a dejar el vestido sobre la cama y acompañó a Victoria hasta las cuadras. Allí vio el caballo blanco que tan asombrosamente hermoso la había parecido por la mañana y Victoria aclaró:
--“Este es uno de mis caballos favoritos, porque era en el que montaba mi hermana antes de caer enferma. Lo guardaba para una persona especial, y creo que tú eres esa persona”. Adriana no daba crédito, colocó su nueva silla sobre el caballo y se dispuso a montar. No sin antes disfrutar de aquella imagen que parecía más un cuadro que una imagen real, un caballo blanco impoluto con una silla negra y reluciente, todo parecía un sueño. Pasaron la tarde juntas paseando sobre los caballos y hablando de sus vidas, Victoria contaba historias muy bonitas sobre aquel lugar donde ella vivía y Adriana la escuchaba con mucha atención. Cuando el sol comenzaba a caer en el horizonte volvieron a casa, ya que tenían que prepararse para la cena que había organizado su padre con el fin de presentar a Victoria a la familia.
La cena resultó un éxito ya que Victoria parecía agradar a todo el mundo. Una vez acabó de cenar, Adriana subió al desván a jugar con su primo y poco después la familia abandono el domicilio y ella se fue a dormir.

Durante la siguiente semana Adriana pasó mucho tiempo con Victoria, y comenzaron las clases de “el arte de la corte”. Al principio Adriana no quería hacerlo pero creía que era una falta de respeto hacia Victoria si se oponía, por lo que decidió no decir nada al principio para ver cómo evolucionaba aquello. Y la verdad que comenzó a cogerle el gustillo porque Victoria hacia todo de una manera tan elegante, que era imposible que no resultase atractivo. Además Victoria la enseño un baúl de color rojo que en su interior guardaba cientos de libros, casi todos de aventuras (el género favorito de Adriana), así que después de cenar siempre encontraban un hueco para leer algunas páginas.
Adriana estaba contentísima, por las mañanas trabajaba en el “arte de la corte” y o bien Victoria la enseñaba matemáticas, o bien visitaba a su primo para lanzar algunas flechas. Por las tardes solía salir a pasear a caballo con Victoria y algunas veces las acompañaba su padre, y por las noches leían apasionantes historias de aventuras.

Así pasó un mes y medio hasta que su padre recibió una carta en la que decía que tenía que ir a una ciudad lejana para ayudar a un amigo en ciertos asuntos. Esto entristeció a Adriana aunque sabiendo que Victoria estaría a su lado la pena fue menor. Durante un par de semanas estuvieron allí solas las dos, aunque recibían visitas constantes de sus tíos, por lo que tampoco sintieron esa soledad. Al fin un día llegó una carta de su padre que pedía a Victoria y Adriana que fueran a la ciudad de su amigo para asistir al gran banquete que este iba a ofrecer.
Nada más recibir la carta, Victoria pidió a Adriana que la ayudara a elegir cinco vestidos para guardarlos  en un baúl. Después guardaron la ropa de Adriana en otro baúl y dispusieron todo para partir a la mañana siguiente. Esa noche Victoria contó a Adriana que el viaje sería largo, tardarían cuatro días en llegar al destino, así que lo mejor sería que también prepararan libros para hacer el camino más entretenido.

A la mañana siguiente prepararon el carruaje, se despidieron de la familia y cuando se disponían a subir al carruaje Adriana se acordó de que no había cogido su arco, corrió dentro de la casa, subió a su habitación y cogió el arco y varias flechas, bajó apresuradamente y se monto en el carruaje. Una vez arrancó el cochero, Victoria dijo a Adriana:
--“Cuando yo era como tú solía practicar el tiro con arco con mi padre, no se me daba mal, pero lo acabé dejando porque mi madre decía que no era propio de una señorita. Me parece muy bien que tu sigas practicando durante mucho tiempo”. Adriana sonrió en señal de agradecimiento y dijo:
--“Quizás algún día podrías venir conmigo y retomar tus practicas”. Y Victoria respondió:
--“Sería todo un placer”.
La marcha fue algo pesada aquel primer día de viaje. Adriana no estaba acostumbrada a estar tanto tiempo sentada y el traqueteo del carruaje interrumpía muchas veces su lectura. Cuando llegó la noche pararon en una vieja posada para comer algo y descansar. Cuando acabaron de cenar Victoria pregunto a Adriana si no la incomodaba que durmiesen juntas, y esta respondió que no veía problema alguno.

Cuando salió el sol el cochero despertó a las chicas y reemprendieron la marcha. Era un día nublado y pocas horas después de salir, se adentraron en un espeso bosque donde apenas había luz. Después de tomar un tentempié la marcha continuó, pero a los cinco minutos se produjo un brusco frenazo cuando se disponían a subir una gran cuesta. Victoria preguntó:
--“¿Qué ha sucedido cochero?” Y este respondió:
-- “Creo que la rueda ha encallado”. Adriana tenía ganas de orinar así que preguntó a Victoria si podía bajar y esta respondió:
--“Si, pero no te alejes demasiado, en estos bosques hay muchos bandidos”.
Adriana bajó del carro, cogió su arco y se introdujo en el bosque para orinar. Cuando encontró el lugar adecuado, se agachó y de repente escuchó un ruido detrás de ella, se giró y vio un gran lobo, inmediatamente salió corriendo despavorida, sin saber hacia dónde iba ni fijarse donde pisaba, logró avanzar escasos metros cuando tropezó con una rama, cayó al suelo y se golpeó la cabeza con una piedra quedando aturdida en el suelo. Lo último que alcanzó a ver fue la cara del lobo y seguidamente la de un muchacho e inmediatamente se desmayó.

El intenso dolor de cabeza la hizo despertar, se encontraba en un claro del bosque junto a una fogata y tapada con varias mantas que olían fatal. Trató de levantarse pero aún estaba algo mareada, así que volvió a tumbarse, ¡Aquel olor era pestilente! Tras unos instantes vio como se acercaba un muchacho algo mayor que ella y tratando de sentarse le dijo al muchacho:
--“¡No te acerques! ¡No me toques! ¿Quién eres?”. A lo que este respondió:
--“Soy Fabio, no te tocaré, pero si no me acerco será imposible que te dé el agua que te traigo”. El muchacho se acercó lentamente y ofreció a Adriana una cantimplora. Ella la cogió sin quitar los ojos de él ni un solo momento, bebió y se la volvió a entregar. El chico dijo:
--“De nada”. A lo que no recibió respuesta alguna. “¿Cómo te encuentras?” Adriana lo miró con recelo, no sabía si fiarse o no, y tampoco podía pensar mucho ya que el dolor de cabeza era brutal, asique decidió seguir distante. “Tu herida de la cabeza parece estar mejor, seguro que tienes hambre” dijo el chico. Y Adriana se toco la sien donde noto tocar sangre, se miro la mano y en efecto tenía sangre. “Yo que tú no lo tocaría, se puede infectar y seria tu fin” dijo el muchacho, y ante la frialdad que mostraba Adriana prosiguió “Mi hermano te encontró en el bosque cuando fue a por leña, dice que te vio correr despavorida y de repente desapareciste, pensó que era magia, pero cuando se acercó te vio tendida en el suelo junto a un lobo. Probablemente te hubiese devorado de no estar allí mi hermano”. Con este dolor de cabeza era imposible seguir lo que decía este chico que hablaba tan rápido “Esta bien, te dejaré descansar un rato más, cuando te encuentres mejor puedes levantarte y venir con nosotros”. Y dirigió su mirada unos metros más atrás, donde había un grupo de personas comiendo alrededor de otro fuego. ¿Qué había pasado? ¿Dónde estaba Victoria? ¿Y el carruaje? ¿Quiénes eran aquellas personas? ¡Aaaag! “Que dolor de cabeza, me va a explotar”. Todas estas preguntas no hacían más que acrecentar su dolor de cabeza, por lo que se acurrucó otra vez en aquellas mantas y se quedo dormida.

Cuando se volvió a despertar era de noche y tan solo se veía la luz de la fogata, estaba hambrienta y como no vio a nadie, decidió levantarse. Al principio no era fácil andar en línea recta, parecía como si sus piernas estuviesen entumecidas, una vez llegó a la altura de la fogata vio una olla la destapó y supuso que lo que había dentro era sopa, aunque ni olía ni tenía aspecto de serlo, colocó la olla sobre el fuego para calentar aquella “sopa” y se sentó en el suelo junto al calor del fuego. Cuando estaba empezando a calentarse, una mano tocó su espalda y dando un brinco se puso en pie. Frente a ella estaba aquel chico otra vez “Ya veo que te encuentras mejor” dijo, a lo que ella contestó:
-- “Te dije que no me tocaras”, el chico mostrando sus manos dijo:
-- “vale vale, siéntate, tranquila, no tenía intención de asustarte”. Ella anduvo varios pasos hacia atrás hasta que chocó con algo, hubiera jurado que era una pared, pero cuando se giró sus ojos estaban a la altura del ombligo de otro chico, dio un pequeño grito y comenzó a andar hacia atrás. “Tranquila, es mi hermano Hugo. Él te encontró en el bosque, como ya te dije sin él habrías muerto”. Aquel nuevo muchacho debía medir dos metro como poco, y era igual de ancho que el armario donde Victoria guardaba sus vestidos, parecía una torre allí inmóvil. De repente comenzó a agacharse en un gesto que tenía un aire a una reverencia. “La sopa ya está caliente, come un poco, te vendrá bien” El primer muchacho estaba ofreciéndola un plato y una cuchara, ella lo cogió y probó aquel mejunje. ¡Era repugnante! Su cara debió ser un poema porque el chico se apresuró a decir “lo siento, es que nuestro chef hoy no está, lo lamento, pero te vendrá bien tomar algo caliente para coger temperatura”. Así que a duras penas tomo varias cucharadas de sopa. El muchacho retiró el caldero del fuego y mirándola dijo:
--“Lo siento si te he asustado, la verdad es que no estoy muy acostumbrado a tratar con bellas damiselas como tú, disculpadme”. Mientras el chico hablaba Adriana miraba a su alrededor y se fijó en algo que no había visto, cerca de la fogata había dos carretas. ¿Los bandidos se moverían en carretas? Desde luego en las historias que había leído no era así, se escondían en cuevas pero no iban en carreta asique decidió preguntar:
--“¿Quiénes sois?”. El chico contestó:
--“Igual no lo recuerdas pero ya te lo dije antes, yo soy Fabio y mi hermano es Hugo”.
--“No, no me refiero a eso, me refiero a que os dedicáis”
--“¡AAAA! Perdona, no te había entendido, nos dedicamos a divertir a la gente”.
--“¿Sois bufones?”
--“No exactamente, si esperas a mañana por la mañana, lo verás”.
--“Pero no sois bandidos ni nada por el estilo, ¿no?”
--“¡Jajaja! Pues claro que no, si lo fuéramos te habríamos amordazado como a una prisionera”.
Adriana parecida convencida de la respuesta de este chico, además las carretas seguían pareciéndola algo raro para unos bandidos.
--“Puedes dormir aquí, cerca de lumbre”. Dijo el muchacho. Y Adriana se acurrucó y se quedó dormida pensando quienes serían aquellos chicos.

Estaba soñando con un paseo a caballo cuando la voz de un chico la despertó
--“¡Chica! ¡Muchacha! ¡Despierta!”. Abrió los ojos y vio de nuevo a Fabio “mis hermanos quieren hablar contigo”. Ella se puso  en pie y vio como hacia ella se acercaban seis muchachos, se sentaron en el suelo haciendo un círculo alrededor de los restos de fogata de la noche anterior. El que parecía más mayor de todos comenzó a hablar:
--“Muchacha, uno de mis hermanos te recogió en el bosque cuando estabas a punto de morir, si quieres seguir con nosotros tendrás que explicarnos quien eres, y que hacías tú sola en un bosque tan peligroso como este”. En este momento Adriana no sabía si podía confiar en aquellos hombres. A lo mejor si decía que era hija de un noble, los muchachos la harían daño o intentarían sacarle dinero a su padre. Así que pensó rápido en una mentira para salir del paso:
--“Pues creo que solo puedo deciros que me llamo Adriana, porque el golpe que me di en la cabeza me ha hecho olvidar cualquier cosa anterior”.
--“Esta bien Adriana”, prosiguió el muchacho “nosotros somos nómadas, es decir nunca estamos en el mismo sitio, por lo que tienes dos opciones: o bien nos acompañas en nuestro camino, o cuando lleguemos a la próxima ciudad te quedas allí”. Adriana se quedo pensando unos segundos, pero su curiosidad por saber a qué se dedicaban aquellos chicos era tal, que las palabras salieron de su boca casi sin querer:
--“¿Quiénes sois? Em… bueno… quiero decir, ¿A qué os dedicáis?” No podía creer que hubiese dicho aquello. Había sido algo completamente involuntario. Los chicos se miraron entre ellos seriamente, y de nuevo el muchacho mayor dijo:
--“Está bien, creemos que es justo mostrarte quienes somos, ¿Estas preparada?” Adriana pensó, ¿preparada para qué? Y el muchacho grito “¡preparados para hacer las presentaciones!” y todos los muchachos se levantaron y se dirigieron hacia las carretas mientras el chico mayor se dirigió a Adriana y dijo “ponte cómoda, deseamos que te guste la función”. Pocos segundos después el muchacho comenzó a presentar a sus hermanos:
--“Con todos ustedes, el circo de los siete” ¡Anda! ¡Eran un circo! “En primer lugar, Hugo el forzudo” Y apareció el chico que vio la noche anterior que parecía una torre.”A sus 17 años Hugo tiene una fuerza sobrehumana, mide 2,15 metros y es capaz de levantar una cabra con cada mano”. No lo dudo, pensó Adriana y tras exhibir sus músculos Hugo se hizo a un lado.
“En segundo lugar, Alejandro y Liliana los equilibristas” Estos entraron dando volteretas en escena. “Con 16 y 15 años de edad estos chicos son capaces de hacer equilibrios dignos de un mono”.
“Los terceros son los gemelos, Fabio y Tomás” El chico que hablaba tan rápido tenía un hermano idéntico a él, ¿hablarían ambos igual de rápido? Ellos entraron en escena haciendo malabares. “Tienen 13 años, y nos amenizarán con sus magníficos diálogos de chiste”
“El cuarto es Samuel” Y apareció un chico con una capa y un sombrero, se quitó el sombrero del que sacó un conejo que desapareció en el aire. “A sus 15 años es todo un ilusionista, verán cosas que no podrán creer”. Que interesante parecía aquel número, además el chico era bastante guapo.
“Y por último está un servidor, Bruno” Hizo una reverencia. “Domador de animales y encantador de serpientes a los 19 años de edad”.
Adriana aplaudió efusivamente cuando acabaron la presentación. Bruno se dirigió a ella mientras los demás volvían a sus carretas:
--“¿Y bien?”
--“¡Oh!, me ha parecido estupendo. Creo que sois muy divertidos, me gustaría ver una de vuestras actuaciones”
--“Pues estas de suerte, esta tarde actuamos en una ciudad cerca de aquí, si quieres puedes acompañarnos y nos ayudas a montar el escenario y a cuidar de los animales”.
--“¿Qué animales tenéis?”.
--“Ven, te los enseñaré”.
Se dirigieron hacia una de las carretas y allí Bruno le mostró a Adriana sus serpientes.
--“Me dan un poco de repelús las serpientes” dijo Adriana.
--“No tienes por qué temerlas, ellas no te hacen nada si tu las tratas con cariño y delicadeza, sobre todo es importante no hacer movimientos bruscos, para que no se asusten. Acompáñame fuera”. Se dirigieron a unos árboles cercanos donde Adriana pudo ver varios animales: un camello, unas cabras, un toro, algunos loros y un precioso caballo blanco.
--“¿De quién es el caballo?” preguntó
--“Es de Alejandro, le encanta hacer un número subido al caballo acompañado de Liliana. Son espectaculares”. Adriana acarició el hocico del animal y dijo:
--“Que bonito es”.
--“Así es” contestó Bruno “Acompáñame, es la hora de la comida”. Y volvieron a la fogata que ya estaba encendida y tenía nuevamente la olla encima. Comieron otra sopa, que a Adriana le supo a rayos, y los hermanos compartieron opiniones sobre la actuación de aquella tarde. Bruno solía llevar la voz cantante y casi todos estaban de acuerdo con sus ideas, aunque a Adriana le parecía que las mejores ideas eran las de Samuel, que hablaba poco pero lo hacía con mucho sentido, se notaba que era la mano derecha de Bruno.

Cuando acabaron de comer dispusieron todo para ir a la ciudad donde tendría lugar la representación. Adriana fue en la primera carreta, junto a Bruno, Alejandro y Hugo que durante el camino, explicaron a la chica como colocaban el escenario y el orden en el que salían a actuar. Una vez llegaron a la plaza pública del pueblo se pusieron manos a la obra y en un rato tuvieron el escenario preparado, listo para la actuación. Mientras Adriana, Bruno, Samuel y Hugo colocaban el escenario, los gemelos, Liliana y Alejandro fueron por la ciudad informando a la gente de que el circo había llegado.
 Montar el escenario no era muy costoso, ya que este se basaba en una gran lona en forma de círculo rodeada de fardos de paja para separar al público del escenario.
Una vez se arremolinó la muchedumbre comenzó el espectáculo. Lo primero fue hacer las presentaciones, lo que Adriana ya había podido ver en primicia, y tras esto comenzó la actuación.

Primero salió Hugo, comenzó su actuación levantando unas enormes bolas de hierro. Lo siguiente fue arrastrar un enorme carro y por último pidió a dos personas que se metieran dentro de unas enormes cestas que estaban unidas por un palo y las subió en el aire como si no le costara esfuerzo. Adriana nunca había visto a un hombre con tanta fuerza.
Los segundos en salir fueron Alejandro y Liliana. Ellos entraron dando volteretas a la pista. El primero en actuar fue Alejandro, que comenzó su número subiéndose sobre una tabla y poniendo dos rodillos bajo esta, se movía sobre ella como si estuviera bailando. Momentos después Liliana le dio otra tabla y otros dos rodillos, y el chico volvió a bailar sobre ellos. Aquello parecía era inestable y Adriana pensó que se acabaría cayendo, pero no es que no se cayera, sino que Liliana le dio 8 tablas más con sus correspondientes rodillos. El chico acabo a unos 10 metros de distancia del suelo. Después fue el turno de Liliana que comenzó a realizar su número con un aro, con el cual bailaba y se estremecía en las más extrañas posiciones, parecía de goma. De pronto el aro comenzó a subir en el aire y ella siguió haciendo lo mismo pero a 10 metros del suelo, era increíble. Para finalizar el número los dos se subieron al precioso caballo blanco e hicieron piruetas sobre este: se ponían de pie sobre él, hacían el pino, daban volteretas, se subían uno sobre el otro…
El tercero en salir fue Bruno. Que empezó haciendo una doma con el precioso caballo blanco, la verdad es que era algo espectacular. Después saco al camello, la cabra y el toro. Los niños estaban encantados de ver todos aquellos animales. Por último sacó dos grandes serpientes y se paseó entre el público para que pudieran verlas de cerca y tocarlas.
Los cuartos fueron Fabio y Tomas, que hicieron un número muy gracioso. Creaban situaciones estúpidas lo que hacía que la gente se desternillara de risa, se tropezaban, se pisaban, mantenían conversaciones absurdas, se tiraban tartas… Una actuación la mar de entretenida.
Y por último llegó el turno de Samuel, que era más un ilusionista que un mago. Empezó su número haciendo magia con animales, hizo aparecer un conejo, y una paloma de dentro de su sombrero. Luego hizo algún truco con pañuelos, algunos trucos de magia cómica, siguió haciendo un número en el cual parecía cortar a uno de sus hermanos por la mitad, tras haberle metido en una caja, y por último hizo un número de escapismo en el cual se ataba con unas cadenas y conseguía escaparse en menos de un minuto. Su número era tan mágico como su mirada, o eso pensó Adriana.
Tras la actuación recibieron todos salieron al centro de la pista y recibieron una gran ovación, y cada uno con un sombrero fue pasando entre la gente para recibir la voluntad de los espectadores.
Cuando todo hubo acabado recogieron todos los materiales y los metieron en las carretas, como ya era de noche decidieron cenar y dormir en una posada que había en la ciudad.

Una vez estuvieron todos sentados y con algo para beber Bruno dijo
-“Hermanos, hoy ha sido un buen día, la actuación ha salido genial y hemos recibido una buena suma de dinero, que por otro lado ya nos hacía falta. Quizá nuestra invitada nos haya traído suerte.”  Adriana se puso roja como un tomate. Tuvo suerte de que la atención de todos se centrara en el posadero que traía la cena.
-“A comer” Dijo Bruno. Y todos comenzaron a comer al instante. El bullicio era considerable, cada uno contaba su actuación al de al lado, y se alababan por lo bien que había salido todo. Una vez acabaron de cenar, Bruno volvió a tomar la palabra:
-“Bueno chicos, Hugo, Alejandro y yo vamos a ir a dar una vuelta por la ciudad, Liliana queda al mando, hacerla caso” y cuando se disponían a levantarse pareció acordarse de algo “Un momento, Adriana aún no nos ha dicho la decisión que va a tomar” El corazón de Adriana parecía salirse de su pecho, la verdad es que no tenía ningún otro sitio a donde ir
-“eeemmm… Buenoooooo, la verdad es que….” No sabía que decir.
-“Antes de que digas nada, me gustaría proponerte ser mi ayudanta en mis números”  Dijo Samuel. No podía ser verdad, ahora sí que estaba petrificada del todo. ¿De verdad se lo había dicho a ella? Si pensaba que para él ella era un estorbo, no le había dirigido la palabra hasta entonces. “Te enseñaré lo que hay que hacer y podrás ayudarme, si quieres claro” Adriana solo pudo asentir con la cabeza, las palabras no salían de su boca por más que quisiera.
-“Esta bien pues” Dijo Bruno “Ya tenemos un miembro más entre nosotros”. Después se levantó e hizo un gesto a sus hermanos para que le acompañaran “No os acostéis tarde, mañana nos espera un duro viaje” Y Alejandro Hugo y él se marcharon de la posada.
-“Vámonos a la habitación” Dijo Liliana. Y todos subieron con ella, menos Samuel que salió a la calle. Una vez en la habitación los gemelos se tumbaron cada uno en una cama y Liliana le dijo a Adriana:
-“Como no sabíamos si te ibas a quedar o no, tendrás que compartir cama conmigo, si no te importa claro”.
-“Para nada”.
-“Esta bien, antes de dormir solemos contar un cuento, nos gusta hacerlo”.
-“Me encantan los cuentos, yo solía leer mucho” Ups, Adriana se había dejado llevar, había dicho que no recordaba nada y ahora parecía que si lo hacía, menos mal que Liliana no se dio cuenta.
-“Estupendo, así me podrás ayudar a contar nuevas historias, porque las mías se repiten un poco”.
-“Me encantará”. Pero cuando se giraron los chicos estaban dormidos, así que Liliana dijo:
-“Bueno por hoy creo que ha sido suficiente, los días de actuación los chicos caen rendidos”.
-“Voy a bajar a la calle antes de dormir, me apetece sentir el aire fresco”. Dijo Adriana
-“Como quieras, yo te espero en la cama”.
Adriana bajo las escaleras y salió a la calle.
-“Hola” Giró la cabeza a su izquierda y allí estaba Samuel.
-“¿Qué haces ahí solo?”
-“Me encanta contemplar la luna un rato antes de dormir, y más si está llena como hoy”.
-“Es verdad, que bonita. Me gustaría darte las gracias por permitir que me quede con vosotros, y por haberme dado una labor en el circo”.
-“No es nada, llevo tiempo necesitando una ayuda, y creo que tu lo harás bien”.
-“¿Por qué lo crees, si apenas me conoces?”
-“Porque creo que eres una chica muy guapa y con muchos recursos, ha cualquiera no se le da bien disimular una pérdida de memoria repentina”. Anda, pensaba que había engañado a todo el mundo, pero a él no parecía haberlo conseguido. “Tranquila, no diré nada a mis hermanos, tampoco creo que ellos te vayan a preguntar.  Bueno vámonos a la cama que mañana es un día duro”. Y los dos subieron a la habitación donde Liliana esperaba con una sonrisa a ambos
-“Vamos tortolitos, que ya es hora de dormir”. Adriana volvió a ruborizarse.
-“Pero que dices Liliana, siempre estas con tus tonterías”.
-“Anda tontorrón, que no hay nadie que te conozca mejor que tu hermana”.
-“Anda duérmete y cállate”.
Adriana se metió en la cama con Liliana y esta le dijo en voz baja: “Le gustas, estoy segura”.

A la mañana siguiente emprendieron el viaje, al parecer era un viaje bastante largo, de unos dos o tres días, Adriana esperaba que fuera en la dirección de su casa, pero no fue así. Durante el camino hicieron varias paradas para comer y descansar. En una de ellas Hugo se acercó a Adriana y la entregó su arco
“¡Mi arco! ¿Lo has tenido tu todo este tiempo?”
-“Si, estaba a tu lado cuando te encontré. Como no sabía si eras peligrosa decidí guardarlo, pero te prometo que te lo iba a dar”. La voz de Hugo era grave, parecía que le costaba hablar. Pero en su cara podía verse mucha inocencia, así que Adriana creyó lo que la decía.
-“Muchas gracias, eres muy amable” Le dio un beso en la mejilla y Hugo se ruborizo tanto que no tuvo más remedio que dar media vuelta.

Una de las paradas que hicieron fue en medio de un bosque, todos sabían que era peligroso parar allí, pero no había otro remedio. Era la hora de comer por lo que Hugo salió a buscar leña, como el día que encontró a Adriana y Liliana se disponía a ir con Samuel a cazar algo para comer. Entonces se volvió a Adriana y la dijo:
-“¿Quieres venir con nosotros?”
-“Vale” Contesto Adriana
-“He supuesto que si llevabas un arco el día que te encontramos será porque sabes disparar con él, ¿No es así?”
-“La verdad es que espero recordar como se hacía”.
Cuando se adentraron en la espesura del bosque vieron un jabalí y Liliana susurro a Adriana
-“Venga, prueba a ver qué pasa”. Adriana disparó y mató al jabalí de un solo flechazo.
-“Que puntería” Dijo Samuel asombrado “No me esperaba esta faceta tuya”.
Cuando volvieron al campamento con la cazo todos se pusieron muy contentos. Liliana contó que había sido Adriana quien lo había cazado y con una sola flecha, todos se quedaron asombrados y pidieron a Adriana que les demostrara como tiraba con el arco. Pusieron un fardo de paja colgado de un árbol y la dijeron que disparara a ver cuántas flechas era capaz de clavar en él. Adriana pensó que aquello era pan comido, y en efecto, de cinco flechas que disparó las cinco fueron a clavarse en el fardo. Todos quedaron impresionados e incitaron a Adriana a participar con ellos en el circo con un número de puntería, pero la visión de Bruno fue a más y dijo:
-“Creo que un número de disparo a una diana es un poco soso. Lo mejor sería hacerlo más espectacular”
-“Podría enseñarla a ir de pie en el caballo y que lanzase desde ahí” Dijo Alejandro
-“Ves, ahora sí que me gusta”.

Desde aquel momento comenzó a trabajar con Alejandro para montar de pie en el precioso caballo blanco.
Esto llevó a Adriana varios meses, multitud de caídas, heridas y magulladuras. Pero al final consiguió aprender cómo montar de pie en el caballo. La siguiente misión era aprender a disparar a una diana en movimiento.
Durante los meses que llevaba con ellos se había consagrado como una más de la familia. Una de sus principales misiones era contar historias por las noches, ya que había leído tantos libros que se sabía infinidad de ellas. Tanto los niños como los adultos esperaban a que su cuento acabase para, o bien irse a dormir, o bien ir a dar una vuelta. A todos les encantaban sus historias. De vez en cuando enseñaba una nueva historia a Liliana para que ella también pudiese contarlas, porque a ella también la encantaba hacerlo. Incluso en algunas ocasiones las contaban entre las dos.
Por otro lado su relación con Samuel era maravillosa. Por las noches los dos solían hablar a la luz de la luna. Al principio todo era relacionado con los números en los que Adriana tenía que ayudarle, pero poco a poco empezaron a hablar de cosas más personales. Hasta que una noche de luna llena Samuel la dijo que estaba enamorado de ella y la propuso ser novios, ella dijo que sí y se besaron.

Había pasado un año desde que Adriana había llegado al circo, y ya estaba preparada para hacer su propio número. Había salido muchas veces a escena ayudando a Samuel, pero ella sola no lo había hecho nunca, así que estaba nerviosísima. En su presentación Bruno dijo algo así como:
“Tenemos la satisfacción de poder presentaros la nueva incorporación de nuestro circo. Es una chica de 13 años, Una autentica amazona, tanto por su belleza como por su precisión con el arco y su doma de los caballos. Ella es ¡Adriana!”. Guau, estaba realmente impresionada, como ahora no hiciese bien el número…
Adriana salió después de Alejandro y Liliana, ambos la desearon suerte y Liliana la dio un beso. Antes de subirse al caballo le susurro al oído al animal “vamos campeón, hoy nos va a salir todo de perlas”. Comenzó su actuación dando un par de vueltas en el caballo alrededor del escenario, después se puso de pie sobre él y comenzó a lanzar flechas a las dianas que había. Todas dieron en la diana, el público aplaudió entusiasmado y ella sintió como si le hubieran quitado una losa de cien quilos de sus hombros.
Después de la actuación todos celebraban lo bien que había ido el debut de Adriana. Y a partir de ese momento pasó a ser un miembro más del circo.

Tras varios años de viaje Adriana había podido visitar los lugares más dispares. Estuvieron en desiertos, altas montañas, playas, con frio, con calor, durante el otoño, la primavera, el verano  o el invierno. Ahora ella tenía 16 años, era toda una mujercita, seguía siendo novia de Samuel y la vida del circo la parecía algo maravilloso, siempre estaban de buen humor, se ayudaban mutuamente y sus actuaciones gustaban mucho al público. Pero aquél era un momento delicado, ya que el precioso caballo blanco, estaba cojo y tendrían que sacrificarlo.

Un día llegaron a una ciudad, que a Adriana la resultaba familiar, paseando por las calles reconoció algunos lugares y supo que estaba en la ciudad de su infancia. Se lo dijo a los hermanos y rápidamente se dirigieron a su casa, llamaron a la puerta pero allí no había nadie. Adriana se llevó una gran decepción, pero esperaba que su padre o Victoria fueran al circo porque recordaba que Victoria la había comentado alguna vez que el circo la maravillaba.
Por la tarde prepararon todo para la actuación y cuando el público se arremolinó, Adriana no consiguió distinguir a su padre ni a Victoria. Una vez acabada la actuación, mientras pasaba el sombrero para recibir la voluntad, se acercó a ella un niño de unos 4 años, echó unas monedas y salió corriendo para abrazarse a las piernas de su madre. Adriana se fijo en la mujer, sin duda era Victoria. Adriana salió corriendo hacia ella y dijo:
-“Victoria, soy Adriana” a lo que la mujer respondió
-“¿Como dices muchacha?”
-“So y yo, Adriana”.
-“No puede ser, ¿de verdad eres Adriana?” En ese momento un hombre se acerco a ellas, era su padre, este dijo:
-“¿Qué pasa cariño?”
-“Es Adriana” respondió Victoria.
-“Cariño, que ilusa eres. Nunca perderás la esperanza de encontrarla. Lo que sucedió no fue culpa tuya, asúmelo”. Y dirigiéndose a Adriana dijo “No te lo tomes a mal muchacha, pero mucha gente ha intentado engañarnos diciendo que habían encontrado a nuestra hija. Ya hemos sufrido bastante”. Se dieron media vuelta y empezaron a caminar, cuando de repente Adriana lo recordó.
-“Espera papá, puedo demostrarte que soy Adriana, tu hija. Espérame aquí un momento”. Y se fue corriendo rápidamente a una de las carretas donde había un cofre con los bienes más preciados de los hermanos, y de allí saco el llavero que su madre la había dado. Volvió corriendo junto a su padre y Victoria, y mostrando el llavero a su padre le dijo
-“¿Recuerdas cuando murió mama? Ella nos dio uno de estos a cada uno, si aún lo guardas podrás saber que no te miento” El padre sacó lentamente un pañuelo de un bolsillo interior de la chaqueta, lo desenvolvió y en él estaba el llavero, lo acercó al que Adriana tenía en la mano y ambos quedaron formando uno solo.
-“Hija mía” Dijo su padre, y se abalanzó sobre la chica fundiéndose en un abrazo al que rápidamente se unió Victoria.
-“Que alegría hija, ya no esperaba volver a verte”.
-“Ni yo a ti papá”.
-“Que alegría”. Los tres lloraban desconsolados. Cuando Adriana se dio cuenta, los hermanos estaban tras ellos con claros gestos de emoción.
-“Mira papá, estos chicos me recogieron cuando me perdí en el bosque, y he vivido con ellos estos cuatro años, formo parte del espectáculo”.
-“Ya lo he visto, recoged vuestras cosas y venid a mi casa, os invito a cenar a todos”.
Adriana abrazó y beso a su padre y a Victoria y cuando se volvió para ayudar a los hermanos a recoger Bruno dijo:
-“Creo que por hoy ya has hecho suficiente, ve con tus padres, nosotros recogeremos e iremos cuando acabemos. Samuel, acompaña a la dama, no vaya a ser que se pierda”. Y guiñó un ojo a su hermano.

Los cinco fueron caminando hasta la casa. Por el camino se contaron muchas cosas y Adriana dijo a su padre y  a Victoria que Aquel chico era su novio. Una vez estuvieron en casa Adriana no se lo podía creer, estaba todo como lo recordaba, que recuerdos. Enseñó a Samuel la casa y este dijo
-“normal que disimulases tu pérdida de memoria, una casa así no se le olvida a nadie”.
-“Que tonto eres”.
Entonces llamaron a la puerta, eran los hermanos a los que el padre recibió y sentó en una mesa. Adriana estaba dispuesta a bajar las escaleras para juntarse con todos cuando Victoria la cogió por el brazo y dijo:
-“Samuel, ¿Serias tan amable de esperarnos abajo?”
-“Por supuesto dijo él”.
Victoria hizo pasar a Adriana a su habitación.
-“Cariño, como te he echado de menos, pensé que nunca más volvería a verte”.
-“Lo mismo digo Victoria, me he arrepentido muchas veces de haberme alejado tanto aquel día”.
-“Bueno cariño, lo importante es que estas aquí sana y salva. Creo que es el momento”
-“¿El momento de que Victoria?”. Victoria se encamino hacia el armario y entonces Adriana se acordó.
-“El vestido” Victoria saco el vestido amarillo del armario y lo extendió sobre la cama.
-“Creo que ahora te estará perfecto. Cámbiate y cuando estés lista baja al comedor”.
-“Muchas gracias Victoria”.
-“A ti por volver”.
Adriana se cambió rápidamente, se miro al espejo, y la imagen fue increíble, el vestido la estaba como un guante.
Cuando comenzó a bajar las escaleras estaba nerviosa, no podía creer que estuviese de nuevo en su casa. Poco a poco fue bajando, y cuando llegó al salón, todos los hermanos se pusieron de pie, incluida Liliana. Sus caras mostraban tal asombro que parecía que hubiesen visto un fantasma
-“Estas increíble” Dijo Liliana.
Cuando todos estuvieron asentados se sirvió la cena.
-“Vaya casa que tenías ¿no Adriana? No sé cómo te pudiste acostumbrar a vivir con nosotros” Dijo Bruno.
-“Vosotros con vuestro cariño convertisteis el campamento en un hogar perfecto” Dijo Adriana
-“Muchachos, no sé como agradeceros lo que habéis hecho por mi hija. De verdad, me habéis hecho el hombre más feliz del mundo”.
-“Hicimos lo que cualquier persona honrada habría hecho, ayudar a una muchacha indefensa. Nosotros no seremos ricos ni tendremos buenos modales, pero creemos que en la vida hay que ayudar a los demás”. Dijo Samuel
-“Unas preciosas palabras” Dijo el padre de Adriana. “Como muestra de agradecimiento os ofrezco trabajar conmigo en mis negocios”.
-“Que duda cabe de que su oferta es muy suculenta, pero creo que mis hermanos y yo amamos lo que hacemos. Por lo que gracias pero seguiremos con nuestro circo” Dijo Bruno.
-“Esta bien, en ese caso os invito a pasar un par de semanas en mi casa, así podré encontrar la manera de compensaros”.
-“Eso me parece mejor” Dijo Bruno.
Y durante toda la noche contaron al padre de Adriana y a Victoria las historias que habían vivido durante sus viajes, y ellos les contaron a los hermanos y a Adriana como había sido su vida durante la ausencia de Adriana.
Durante las dos siguientes semanas el padre de Adriana conversaba con Bruno para intentar que este aceptase alguna de sus propuestas. Adriana presento a los hermanos a su familia y pareció que Liliana se entendía muy bien con su primo.
Finalmente el padre de Adriana y Bruno llegaron a un acuerdo. Ellos seguirían su camino de actuaciones y una vez al año pasarían por la pequeña ciudad, quedándose en ella un par de semanas. Además el padre de Adriana proveería al circo de los materiales que fueran necesarios, así como los animales.
Todos quedaron muy contentos y fueron felices el resto de sus vidas.




QUE HE MANTENIDO EN EL CUENTO


  • La entrega de un objeto de la madre a la chica.
  • La muerte de la madre de la chica.
  • Los hermanos son 7.
  • La unión final es mediante el objeto que la madre había entregado.

QUE HE CAMBIADO EN EL CUENTO


  • La madrastra es buena y no mala.
  • Los chicos se dedican al circo y no son bandidos.
  • Al final los chicos no trabajan para el padre, sino que siguen con sus vidas.


Me ha llevado mucho tiempo hacer esta adaptación, pero me metía tanto en la historia cuando la escribia, que me consideraba incapaz de hacerla mas corta, las horas se me pasaban como minutos. El resultado final me ha parecido estupendo, me siento muy satisfecho. A ver si al final me voy a tener que dedicar a escribir...
Un saludo.

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