Este cuento
va destinado a chicos del tercer ciclo de primaria en adelante. Espero que os
guste.
Cuentan las lenguas antiguas que una vez existió
una chica llamada Adriana que era hija de un noble de una pequeña ciudad. Esta
chica tenía 12 años y vivía muy feliz y contenta con su padre y su madre. Tenía
una bellísima casa de dos plantas y una buhardilla, situada en la zona norte
del pueblo. De cara al exterior la casa era preciosa, las paredes de la planta
baja estaban decoradas con piedra y las paredes de la planta superior estaban
pintadas de amarillo pastel. Los marcos de las ventanas eran de una madrera
oscura, al igual que las vigas que se podían ver en la fachada y el tejado era
de paja con las vigas vistas también. Además contaba con un enorme jardín donde
había bellísimas flores y majestuosos árboles frutales. Si en el exterior la
casa era magnifica, el interior no tenía nada que envidiarle. En la planta baja
estaban las cocinas y un gran comedor donde, a menudo sus padres daban lujosas
cenas. En la primera planta estaban las habitaciones, la que más le gustaba a
Adriana era la de sus padres, porque tenía una cama enorme con cortinas a los
lados y muchísimos espejos en los que mirarse. Y en la parte superior estaba la
buhardilla, donde Adriana disfrutaba leyendo sentada en una vieja mecedora que
perteneció a su tatarabuelo.
Además de su casa Adriana adoraba pasar tiempo con
sus padres, sus primos y tíos que vivían en la ciudad. Sobre todo cuando iba
con su primo de su misma edad, su tío y su padre a tirar con el arco a las
dianas, o cuando daba paseos a caballo con su madre por los bosques cercanos y
luego por las noches ambas leían un libro. Sin embargo a ella no le gustaba
nada cuando su madre la educaba en lo que ella llamaba “el arte de la corte”
porque lo veía como algo estúpido e innecesario, aunque como su madre decía que
había que hacerlo ella lo hacía sin rechistar, si bien es cierto que en
bastantes ocasiones lograba convencerla para ir a dar sus paseos a caballo o
tirar con el arco ya que su madre sabia que “el arte de la corte” no era del
gusto de su hija.
Pero un buen día de otoño su madre enfermó, y tras
la visita de varios médicos se supo que iba a morir. El padre de Adriana paso
de ser un hombre risueño a sumirse en la más profunda tristeza, además el era
un hombre esbelto y ahora parecía hasta haber menguado varios centímetros, y
Adriana ya no encontraba juegos que la divirtiesen ni tan siquiera comidas que
la supieran como antes.
Cuando los árboles estaban a punto de perder todas
sus hojas la madre de Adriana pidió a su fiel sirvienta que llevara a su alcoba
a su marido y a su hija. Una vez estuvieron los tres a solas en la habitación
la madre les dijo:
-- “Quiero
hablar con vosotros dos en estos últimos momentos. Amado mío, no puedo irme de
este mundo viendo en tu cara tanto dolor, así que por favor has de volver a ser
aquel hombre del que me enamoré: risueño, atento y bello, porque has de volver
a enamorar a otra mujer para que instruya a nuestra hija en las dotes de la
corte y así algún día pueda encontrar un marido que esté a su altura. Y tú,
Adriana, flor de mis ojos, quiero que ayudes a tu padre a encontrar a esa mujer
y acates su decisión porque estoy segura de que esta será por tu bien”.
Ambos dijeron a la mujer que daban su palabra de
que así sería, y cuando se disponían a abandonar la sala la mujer les dijo:
--“Una cosa más, acercaos a mi” y abriendo el
primer cajón de su mesilla sacó una cajita de madera, la abrió y quedó a la
vista un llavero en el que se podían distinguir la silueta de una mujer y un
hombre dados de la mano. Ellos miraron el interior de aquella caja y dirigieron
sus miradas rápidamente hacia la mujer en busca de una explicación, ella
sonreía y finalmente dijo:
--“He mandado hacer este llavero para vosotros,
cogedlo” y en el momento en el que ambos cogieron el llavero las figuras
quedaron separadas, como por arte de magia, y la mujer prosiguió con su
explicación:
--“En realidad son dos llaveros, pero como podéis
comprobar las manos de ambos tienen un imán, lo que hace las figuras queden
unidas en cuanto se acercan las manos. Así, si en algún momento llegáis a
distanciaros durante un largo periodo de tiempo, siempre podréis volver a
reconoceros juntando los llaveros”. El padre de Adriana le dijo a su madre que
aquello jamás sucedería, pero ella insistió en que por favor cada uno guardara
uno de los llaveros y siempre supiesen donde lo tenían.
Cuando los árboles perdieron todas sus hojas, la
madre de Adriana murió y su padre trató de volver a ser el hombre que era, y
aunque no lo consiguió al cien por cien, si que mejoró mucho su aspecto y eso
hizo que Adriana recuperara parte de su alegría también. Pasados un par de
meses, durante un día soleado de invierno, el padre de Adriana le dijo a su hija
que tenían que hablar y aprovechando el momento de la cena la dijo:
--“Cariño,
he conocido a una mujer y me he prometido con ella”, Adriana quedó atónita y le
dijo:
--“¿No crees
que ha pasado poco tiempo desde la muerte de madre?” a lo que él respondió:
--“Creo que es la mujer idónea, y además tú no
puedes dejar de lado tus estudios ni tu preparación para ser una dama de la
corte” y Adriana contestó:
--“Padre, ya sabes que a mí no me gustan nada esas
ñoñerías, a mi me gusta mucho mas lanzar flechas con el arco o montar a
caballo” A lo que él argumento:
-- “Hija mía, en la vida hemos de hacer cosas
aunque no nos gusten, por el simple hecho de ser más convenientes para nosotros
que aquellas que nos gustan. Además prometimos a tu madre que cuando llegase este
momento, los dos pondríamos de nuestra parte para no discutir, así que bastante
difícil es ya para mí como para no contar con tu apoyo. Espero que me
entiendas”. Adriana asintió con la cabeza y una vez acabó de cenar se marcho a
su habitación, donde lloró durante varias horas antes de quedarse dormida.
Al día siguiente Adriana pasó la mañana leyendo, y
al caer la tarde el padre se presentó en casa con su prometida para
presentársela a Adriana. La primera impresión que Adriana tuvo de esta mujer
fue, para su sorpresa, buena. Estaba claro que era más joven que su padre, era
de mediana estatura, delgada, tenía el pelo marrón y largo, unos ojos de color
miel y una bonita sonrisa. La verdad es que no tenía el aspecto de ser la bruja
que Adriana había imaginado. El padre hizo las presentaciones y la mujer le
dijo a Adriana:
--“Tu padre me ha hablado mucho de ti, dice que
eres una pequeña dama extraordinaria, estoy segura de que nos vamos a llevar
muy bien”. A lo que Adriana respondió:
-- “Es un placer conocerte, yo también espero que
nos entendamos bien y que puedas volver a hacer feliz a mi padre”.
Cenaron los tres juntos y la imagen que Adriana
construyó de aquella señora fue fantástica. Según dijo durante la cena, ella
era de un lugar donde nieva mucho y hace bastante frio, pero durante los pocos
días de calor que hay en el verano solía salir a pasear a caballo, lo que terminó
de encantar a Adriana. También la encantaba leer y había sido educada en el
“arte de la corte”, lo que no gusto tanto a Adriana porque suponía volver a su
instrucción. Tras la cena la mujer abandono el domicilio y Adriana se marchó a
la cama.
A la mañana siguiente un ruido de carros y voces de
hombres despertó a Adriana de su placentero sueño. Bajó apresuradamente las
escaleras de la casa, y dos hombres que portaban un gran baúl casi se la llevan
por delante. Cuando consiguió salir a la calle vio a Victoria, la mujer que su
padre la había presentado la noche anterior como su prometida, y la pregunto:
--“¿Todas estas cosas son tuyas?”. A lo que
Victoria respondió:
--“Si pequeña, cuando todo esté en su sitio puedo
enseñarte mis bellísimos vestidos, siempre que tú quieras”. Adriana no
respondió ya que en su cabeza había una gran confusión, no sabía cuál de los
sentimientos que la abordaban era más fuerte: si el de recelo por la aparición
de una nueva figura femenina en la casa y en el corazón de su padre, el de
asombro por la gran cantidad de objetos que llevaba consigo aquella mujer, el
de intriga por saber que llevarían dentro aquellos enormes baúles o el de
admiración por la belleza de los caballos que tiraban de los carruajes así como
por los propios carruajes que estaban lujosamente decorados. Finalmente decidió
acercarse a un caballo blanco para acariciar su hocico. Victoria se acerco por
su espalda y la dijo al oído:
--“si quieres esta tarde saldremos a dar un paseo a
caballo y podrás montar en él, si así lo deseas”. Adriana asintió con la cabeza
y se marchó a casa de su tío donde había quedado con su primo para pasar la
mañana lanzando con el arco a la diana. Sorprendentemente su primo lanzó mejor
que ella aquella mañana, circunstancia nada habitual, así que su primo pregunto
a Adriana:
--“¿Qué te pasa esta mañana que no das ni una?”. A
lo que ella respondió:
-- “Es para darte confianza, melón”. Aunque sabía
perfectamente que la razón por la que no conseguía acertar en la diana no era
aquella, sino que en su cabeza seguían rondando todas aquellas preguntas que
habían florecido con la llegada de Victoria.
Cuando llegó la hora de la comida Adriana volvió a
casa donde su padre y Victoria la esperaban para comer. Su padre parecía estar
muy feliz y recibió a la niña con un gran abrazo y un estruendoso beso, aunque
rápidamente los ojos de Adriana se centraron en Victoria, llevaba un precioso
vestido de color amarillo, que no era el mismo que llevaba por la mañana cuando
había llegado a la casa. Durante la comida Victoria alabó el gusto con el que
estaba decorada la casa, lo acogedor que la parecía el dormitorio y lo rica que
estaba la comida, parecía que se sentía muy a gusto y contenta de estar allí.
Tras la comida Adriana subió al desván donde intento leer un libro, pero las
preguntas seguían en su mente sin dejarla descanso, cuando de repente oyó una
voz que preguntó:
--“¿Se puede?”. A lo que ella respondió:
-- “Si si, adelante”. Era Victoria, con su vestido
amarillo que parecía impedirla poder caminar con soltura, y acercándose a
Adriana dijo:
--“¿Querrías acompañarme a mis aposentos? Quiero
enseñarte algo”. Adriana dejo su libro en el suelo y se levantó de la mecedora
para acompañar a Victoria. Ambas caminaron sin decir nada hasta la habitación.
Una vez allí Victoria hizo un gesto con la mano para indicar, de manera muy
educada a la par que elegante, a Adriana que podía sentarse en un sillón que se
encontraba en el centro de la habitación. Y entonces dijo:
--“Supongo que te estarás preguntando que había
dentro de los enormes baúles que he traído esta mañana, ¿es así?”. Adriana
asintió con la cabeza y Victoria prosiguió “Pues bien, en su mayoría lo que hay
en ellos es ropa, mucha ropa, pero también sé que hay algunas otras cosas que
te van a gustar como por ejemplo esto”, en ese momento Victoria sacó una silla
de montar preciosa de un baúl de color azul con detalles en oro. La silla era
preciosa, de un color negro brillante, y aún olía mucho a cuero lo que hizo
pensar a Adriana que era muy nueva, además tenía detalles bordados en color
plata y… Un momento, en aquella silla estaba bordado su nombre, levantó un
instante la vista de la silla con la
intención de preguntar a Victoria si era un regalo, pero no hizo falta
ya que ella la miraba con los ojos muy abiertos y sonriendo dijo:
-- “Si, es para ti, para que las dos podamos salir
juntas a montar”. Adriana apenas pudo decir gracias, estaba atónita ante aquel
regalo cuando Victoria propuso:
-- “¿Quieres que vayamos las dos a montar antes de
la cena?”. Adriana asintió con la cabeza y preguntó a Victoria:
-- “¿Pero vas a ir así vestida?” Victoria soltó una
pequeña a la par que elegante carcajada y dijo:
-- “Si me das cinco minutos me cambio y nos vamos”.
Adriana asintió con la cabeza mientras veía como Victoria iba a uno de los
enormes armarios y sacaba una ropa más apropiada para montar a caballo, aunque
lo que llamo la atención de Adriana fue la cantidad de vestidos que había en el
armario, ella nunca había visto tantos vestidos y menos de tantos colores distintos.
Victoria se percató de aquel detalle y dijo:
--“Cuando lo desees, puedes elegir el vestido que
más te guste, y yo lo guardaré en el armario hasta que te lo puedas poner”.
Victoria se marcho para cambiarse de ropa y Adriana se quedo mirando los
vestidos. Estaba claro que su favorito era el que estaba tendido sobre la cama,
el amarillo. Asique lo cogió y poniéndose delante del espejo, pensó: “Este
vestido es precioso, si cuando sea mayor me queda tan bien como le queda a
Victoria, estoy segura de que no me lo quitaré nunca jamás”. Y mientras se
miraba y soñaba con aquel momento, Victoria entro en la habitación y dijo:
--“Bien, veo que ya te has decidido por uno”. Lo
que hizo sobresaltarse a Adriana ya que no la había visto entrar “pues si ese
es tu preferido, lo mandaré lavar y lo guardaré en el armario para que cuando
llegue el momento, lo puedas lucir. ¿Me acompañas a las cuadras para elegir
nuestro caballo?”. Adriana se limito a dejar el vestido sobre la cama y
acompañó a Victoria hasta las cuadras. Allí vio el caballo blanco que tan
asombrosamente hermoso la había parecido por la mañana y Victoria aclaró:
--“Este es uno de mis caballos favoritos, porque
era en el que montaba mi hermana antes de caer enferma. Lo guardaba para una
persona especial, y creo que tú eres esa persona”. Adriana no daba crédito,
colocó su nueva silla sobre el caballo y se dispuso a montar. No sin antes
disfrutar de aquella imagen que parecía más un cuadro que una imagen real, un
caballo blanco impoluto con una silla negra y reluciente, todo parecía un
sueño. Pasaron la tarde juntas paseando sobre los caballos y hablando de sus
vidas, Victoria contaba historias muy bonitas sobre aquel lugar donde ella
vivía y Adriana la escuchaba con mucha atención. Cuando el sol comenzaba a caer
en el horizonte volvieron a casa, ya que tenían que prepararse para la cena que
había organizado su padre con el fin de presentar a Victoria a la familia.
La cena resultó un éxito ya que Victoria parecía
agradar a todo el mundo. Una vez acabó de cenar, Adriana subió al desván a
jugar con su primo y poco después la familia abandono el domicilio y ella se
fue a dormir.
Durante la siguiente semana Adriana pasó mucho
tiempo con Victoria, y comenzaron las clases de “el arte de la corte”. Al
principio Adriana no quería hacerlo pero creía que era una falta de respeto
hacia Victoria si se oponía, por lo que decidió no decir nada al principio para
ver cómo evolucionaba aquello. Y la verdad que comenzó a cogerle el gustillo
porque Victoria hacia todo de una manera tan elegante, que era imposible que no
resultase atractivo. Además Victoria la enseño un baúl de color rojo que en su
interior guardaba cientos de libros, casi todos de aventuras (el género
favorito de Adriana), así que después de cenar siempre encontraban un hueco
para leer algunas páginas.
Adriana estaba contentísima, por las mañanas
trabajaba en el “arte de la corte” y o bien Victoria la enseñaba matemáticas, o
bien visitaba a su primo para lanzar algunas flechas. Por las tardes solía
salir a pasear a caballo con Victoria y algunas veces las acompañaba su padre,
y por las noches leían apasionantes historias de aventuras.
Así pasó un mes y medio hasta que su padre recibió
una carta en la que decía que tenía que ir a una ciudad lejana para ayudar a un
amigo en ciertos asuntos. Esto entristeció a Adriana aunque sabiendo que
Victoria estaría a su lado la pena fue menor. Durante un par de semanas
estuvieron allí solas las dos, aunque recibían visitas constantes de sus tíos,
por lo que tampoco sintieron esa soledad. Al fin un día llegó una carta de su
padre que pedía a Victoria y Adriana que fueran a la ciudad de su amigo para
asistir al gran banquete que este iba a ofrecer.
Nada más recibir la carta, Victoria pidió a Adriana
que la ayudara a elegir cinco vestidos para guardarlos en un baúl. Después guardaron la ropa de
Adriana en otro baúl y dispusieron todo para partir a la mañana siguiente. Esa
noche Victoria contó a Adriana que el viaje sería largo, tardarían cuatro días
en llegar al destino, así que lo mejor sería que también prepararan libros para
hacer el camino más entretenido.
A la mañana siguiente prepararon el carruaje, se
despidieron de la familia y cuando se disponían a subir al carruaje Adriana se
acordó de que no había cogido su arco, corrió dentro de la casa, subió a su
habitación y cogió el arco y varias flechas, bajó apresuradamente y se monto en
el carruaje. Una vez arrancó el cochero, Victoria dijo a Adriana:
--“Cuando yo era como tú solía practicar el tiro
con arco con mi padre, no se me daba mal, pero lo acabé dejando porque mi madre
decía que no era propio de una señorita. Me parece muy bien que tu sigas
practicando durante mucho tiempo”. Adriana sonrió en señal de agradecimiento y
dijo:
--“Quizás algún día podrías venir conmigo y retomar
tus practicas”. Y Victoria respondió:
--“Sería todo un placer”.
La marcha fue algo pesada aquel primer día de
viaje. Adriana no estaba acostumbrada a estar tanto tiempo sentada y el
traqueteo del carruaje interrumpía muchas veces su lectura. Cuando llegó la
noche pararon en una vieja posada para comer algo y descansar. Cuando acabaron
de cenar Victoria pregunto a Adriana si no la incomodaba que durmiesen juntas,
y esta respondió que no veía problema alguno.
Cuando salió el sol el cochero despertó a las
chicas y reemprendieron la marcha. Era un día nublado y pocas horas después de
salir, se adentraron en un espeso bosque donde apenas había luz. Después de
tomar un tentempié la marcha continuó, pero a los cinco minutos se produjo un
brusco frenazo cuando se disponían a subir una gran cuesta. Victoria preguntó:
--“¿Qué ha sucedido cochero?” Y este respondió:
-- “Creo que la rueda ha encallado”. Adriana tenía
ganas de orinar así que preguntó a Victoria si podía bajar y esta respondió:
--“Si, pero no te alejes demasiado, en estos
bosques hay muchos bandidos”.
Adriana bajó del carro, cogió su arco y se
introdujo en el bosque para orinar. Cuando encontró el lugar adecuado, se
agachó y de repente escuchó un ruido detrás de ella, se giró y vio un gran
lobo, inmediatamente salió corriendo despavorida, sin saber hacia dónde iba ni
fijarse donde pisaba, logró avanzar escasos metros cuando tropezó con una rama,
cayó al suelo y se golpeó la cabeza con una piedra quedando aturdida en el
suelo. Lo último que alcanzó a ver fue la cara del lobo y seguidamente la de un
muchacho e inmediatamente se desmayó.
El intenso dolor de cabeza la hizo despertar, se
encontraba en un claro del bosque junto a una fogata y tapada con varias mantas
que olían fatal. Trató de levantarse pero aún estaba algo mareada, así que
volvió a tumbarse, ¡Aquel olor era pestilente! Tras unos instantes vio como se
acercaba un muchacho algo mayor que ella y tratando de sentarse le dijo al
muchacho:
--“¡No te acerques! ¡No me toques! ¿Quién eres?”. A
lo que este respondió:
--“Soy Fabio, no te tocaré, pero si no me acerco
será imposible que te dé el agua que te traigo”. El muchacho se acercó
lentamente y ofreció a Adriana una cantimplora. Ella la cogió sin quitar los
ojos de él ni un solo momento, bebió y se la volvió a entregar. El chico dijo:
--“De nada”. A lo que no recibió respuesta alguna.
“¿Cómo te encuentras?” Adriana lo miró con recelo, no sabía si fiarse o no, y
tampoco podía pensar mucho ya que el dolor de cabeza era brutal, asique decidió
seguir distante. “Tu herida de la cabeza parece estar mejor, seguro que tienes
hambre” dijo el chico. Y Adriana se toco la sien donde noto tocar sangre, se
miro la mano y en efecto tenía sangre. “Yo que tú no lo tocaría, se puede
infectar y seria tu fin” dijo el muchacho, y ante la frialdad que mostraba
Adriana prosiguió “Mi hermano te encontró en el bosque cuando fue a por leña,
dice que te vio correr despavorida y de repente desapareciste, pensó que era
magia, pero cuando se acercó te vio tendida en el suelo junto a un lobo.
Probablemente te hubiese devorado de no estar allí mi hermano”. Con este dolor
de cabeza era imposible seguir lo que decía este chico que hablaba tan rápido
“Esta bien, te dejaré descansar un rato más, cuando te encuentres mejor puedes
levantarte y venir con nosotros”. Y dirigió su mirada unos metros más atrás,
donde había un grupo de personas comiendo alrededor de otro fuego. ¿Qué había
pasado? ¿Dónde estaba Victoria? ¿Y el carruaje? ¿Quiénes eran aquellas
personas? ¡Aaaag! “Que dolor de cabeza, me va a explotar”. Todas estas
preguntas no hacían más que acrecentar su dolor de cabeza, por lo que se
acurrucó otra vez en aquellas mantas y se quedo dormida.
Cuando se volvió a despertar era de noche y tan
solo se veía la luz de la fogata, estaba hambrienta y como no vio a nadie,
decidió levantarse. Al principio no era fácil andar en línea recta, parecía
como si sus piernas estuviesen entumecidas, una vez llegó a la altura de la
fogata vio una olla la destapó y supuso que lo que había dentro era sopa,
aunque ni olía ni tenía aspecto de serlo, colocó la olla sobre el fuego para
calentar aquella “sopa” y se sentó en el suelo junto al calor del fuego. Cuando
estaba empezando a calentarse, una mano tocó su espalda y dando un brinco se
puso en pie. Frente a ella estaba aquel chico otra vez “Ya veo que te
encuentras mejor” dijo, a lo que ella contestó:
-- “Te dije que no me tocaras”, el chico mostrando
sus manos dijo:
-- “vale vale, siéntate, tranquila, no tenía
intención de asustarte”. Ella anduvo varios pasos hacia atrás hasta que chocó
con algo, hubiera jurado que era una pared, pero cuando se giró sus ojos
estaban a la altura del ombligo de otro chico, dio un pequeño grito y comenzó a
andar hacia atrás. “Tranquila, es mi hermano Hugo. Él te encontró en el bosque,
como ya te dije sin él habrías muerto”. Aquel nuevo muchacho debía medir dos
metro como poco, y era igual de ancho que el armario donde Victoria guardaba
sus vestidos, parecía una torre allí inmóvil. De repente comenzó a agacharse en
un gesto que tenía un aire a una reverencia. “La sopa ya está caliente, come un
poco, te vendrá bien” El primer muchacho estaba ofreciéndola un plato y una
cuchara, ella lo cogió y probó aquel mejunje. ¡Era repugnante! Su cara debió
ser un poema porque el chico se apresuró a decir “lo siento, es que nuestro
chef hoy no está, lo lamento, pero te vendrá bien tomar algo caliente para
coger temperatura”. Así que a duras penas tomo varias cucharadas de sopa. El
muchacho retiró el caldero del fuego y mirándola dijo:
--“Lo siento si te he asustado, la verdad es que no
estoy muy acostumbrado a tratar con bellas damiselas como tú, disculpadme”.
Mientras el chico hablaba Adriana miraba a su alrededor y se fijó en algo que
no había visto, cerca de la fogata había dos carretas. ¿Los bandidos se
moverían en carretas? Desde luego en las historias que había leído no era así,
se escondían en cuevas pero no iban en carreta asique decidió preguntar:
--“¿Quiénes sois?”. El chico contestó:
--“Igual no lo recuerdas pero ya te lo dije antes,
yo soy Fabio y mi hermano es Hugo”.
--“No, no me refiero a eso, me refiero a que os
dedicáis”
--“¡AAAA! Perdona, no te había entendido, nos
dedicamos a divertir a la gente”.
--“¿Sois bufones?”
--“No exactamente, si esperas a mañana por la
mañana, lo verás”.
--“Pero no sois bandidos ni nada por el estilo,
¿no?”
--“¡Jajaja! Pues claro que no, si lo fuéramos te
habríamos amordazado como a una prisionera”.
Adriana parecida convencida de la respuesta de este
chico, además las carretas seguían pareciéndola algo raro para unos bandidos.
--“Puedes dormir aquí, cerca de lumbre”. Dijo el
muchacho. Y Adriana se acurrucó y se quedó dormida pensando quienes serían
aquellos chicos.
Estaba soñando con un paseo a caballo cuando la voz
de un chico la despertó
--“¡Chica! ¡Muchacha! ¡Despierta!”. Abrió los ojos
y vio de nuevo a Fabio “mis hermanos quieren hablar contigo”. Ella se puso en pie y vio como hacia ella se acercaban
seis muchachos, se sentaron en el suelo haciendo un círculo alrededor de los
restos de fogata de la noche anterior. El que parecía más mayor de todos
comenzó a hablar:
--“Muchacha, uno de mis hermanos te recogió en el
bosque cuando estabas a punto de morir, si quieres seguir con nosotros tendrás que
explicarnos quien eres, y que hacías tú sola en un bosque tan peligroso como
este”. En este momento Adriana no sabía si podía confiar en aquellos hombres. A
lo mejor si decía que era hija de un noble, los muchachos la harían daño o
intentarían sacarle dinero a su padre. Así que pensó rápido en una mentira para
salir del paso:
--“Pues creo que solo puedo deciros que me llamo
Adriana, porque el golpe que me di en la cabeza me ha hecho olvidar cualquier
cosa anterior”.
--“Esta bien Adriana”, prosiguió el muchacho “nosotros
somos nómadas, es decir nunca estamos en el mismo sitio, por lo que tienes dos
opciones: o bien nos acompañas en nuestro camino, o cuando lleguemos a la
próxima ciudad te quedas allí”. Adriana se quedo pensando unos segundos, pero
su curiosidad por saber a qué se dedicaban aquellos chicos era tal, que las
palabras salieron de su boca casi sin querer:
--“¿Quiénes sois? Em… bueno… quiero decir, ¿A qué
os dedicáis?” No podía creer que hubiese dicho aquello. Había sido algo
completamente involuntario. Los chicos se miraron entre ellos seriamente, y de
nuevo el muchacho mayor dijo:
--“Está bien, creemos que es justo mostrarte
quienes somos, ¿Estas preparada?” Adriana pensó, ¿preparada para qué? Y el
muchacho grito “¡preparados para hacer las presentaciones!” y todos los
muchachos se levantaron y se dirigieron hacia las carretas mientras el chico mayor
se dirigió a Adriana y dijo “ponte cómoda, deseamos que te guste la función”.
Pocos segundos después el muchacho comenzó a presentar a sus hermanos:
--“Con todos ustedes, el circo de los siete” ¡Anda!
¡Eran un circo! “En primer lugar, Hugo el forzudo” Y apareció el chico que vio
la noche anterior que parecía una torre.”A sus 17 años Hugo tiene una fuerza
sobrehumana, mide 2,15 metros y es capaz de levantar una cabra con cada mano”.
No lo dudo, pensó Adriana y tras exhibir sus músculos Hugo se hizo a un lado.
“En segundo lugar, Alejandro y Liliana los
equilibristas” Estos entraron dando volteretas en escena. “Con 16 y 15 años de
edad estos chicos son capaces de hacer equilibrios dignos de un mono”.
“Los terceros son los gemelos, Fabio y Tomás” El
chico que hablaba tan rápido tenía un hermano idéntico a él, ¿hablarían ambos
igual de rápido? Ellos entraron en escena haciendo malabares. “Tienen 13 años,
y nos amenizarán con sus magníficos diálogos de chiste”
“El cuarto es Samuel” Y apareció un chico con una
capa y un sombrero, se quitó el sombrero del que sacó un conejo que desapareció
en el aire. “A sus 15 años es todo un ilusionista, verán cosas que no podrán
creer”. Que interesante parecía aquel número, además el chico era bastante
guapo.
“Y por último está un servidor, Bruno” Hizo una
reverencia. “Domador de animales y encantador de serpientes a los 19 años de
edad”.
Adriana aplaudió efusivamente cuando acabaron la
presentación. Bruno se dirigió a ella mientras los demás volvían a sus
carretas:
--“¿Y bien?”
--“¡Oh!, me ha parecido estupendo. Creo que sois
muy divertidos, me gustaría ver una de vuestras actuaciones”
--“Pues estas de suerte, esta tarde actuamos en una
ciudad cerca de aquí, si quieres puedes acompañarnos y nos ayudas a montar el
escenario y a cuidar de los animales”.
--“¿Qué animales tenéis?”.
--“Ven, te los enseñaré”.
Se dirigieron hacia una de las carretas y allí
Bruno le mostró a Adriana sus serpientes.
--“Me dan un poco de repelús las serpientes” dijo
Adriana.
--“No tienes por qué temerlas, ellas no te hacen
nada si tu las tratas con cariño y delicadeza, sobre todo es importante no
hacer movimientos bruscos, para que no se asusten. Acompáñame fuera”. Se
dirigieron a unos árboles cercanos donde Adriana pudo ver varios animales: un
camello, unas cabras, un toro, algunos loros y un precioso caballo blanco.
--“¿De quién es el caballo?” preguntó
--“Es de Alejandro, le encanta hacer un número subido
al caballo acompañado de Liliana. Son espectaculares”. Adriana acarició el
hocico del animal y dijo:
--“Que bonito es”.
--“Así es” contestó Bruno “Acompáñame, es la hora
de la comida”. Y volvieron a la fogata que ya estaba encendida y tenía
nuevamente la olla encima. Comieron otra sopa, que a Adriana le supo a rayos, y
los hermanos compartieron opiniones sobre la actuación de aquella tarde. Bruno
solía llevar la voz cantante y casi todos estaban de acuerdo con sus ideas,
aunque a Adriana le parecía que las mejores ideas eran las de Samuel, que
hablaba poco pero lo hacía con mucho sentido, se notaba que era la mano derecha
de Bruno.
Cuando acabaron de comer dispusieron todo para ir a
la ciudad donde tendría lugar la representación. Adriana fue en la primera
carreta, junto a Bruno, Alejandro y Hugo que durante el camino, explicaron a la
chica como colocaban el escenario y el orden en el que salían a actuar. Una vez
llegaron a la plaza pública del pueblo se pusieron manos a la obra y en un rato
tuvieron el escenario preparado, listo para la actuación. Mientras Adriana,
Bruno, Samuel y Hugo colocaban el escenario, los gemelos, Liliana y Alejandro
fueron por la ciudad informando a la gente de que el circo había llegado.
Montar el
escenario no era muy costoso, ya que este se basaba en una gran lona en forma
de círculo rodeada de fardos de paja para separar al público del escenario.
Una vez se arremolinó la muchedumbre comenzó el
espectáculo. Lo primero fue hacer las presentaciones, lo que Adriana ya había
podido ver en primicia, y tras esto comenzó la actuación.
Primero salió Hugo, comenzó su actuación levantando
unas enormes bolas de hierro. Lo siguiente fue arrastrar un enorme carro y por
último pidió a dos personas que se metieran dentro de unas enormes cestas que
estaban unidas por un palo y las subió en el aire como si no le costara
esfuerzo. Adriana nunca había visto a un hombre con tanta fuerza.
Los segundos en salir fueron Alejandro y Liliana.
Ellos entraron dando volteretas a la pista. El primero en actuar fue Alejandro,
que comenzó su número subiéndose sobre una tabla y poniendo dos rodillos bajo
esta, se movía sobre ella como si estuviera bailando. Momentos después Liliana
le dio otra tabla y otros dos rodillos, y el chico volvió a bailar sobre ellos.
Aquello parecía era inestable y Adriana pensó que se acabaría cayendo, pero no
es que no se cayera, sino que Liliana le dio 8 tablas más con sus
correspondientes rodillos. El chico acabo a unos 10 metros de distancia del
suelo. Después fue el turno de Liliana que comenzó a realizar su número con un
aro, con el cual bailaba y se estremecía en las más extrañas posiciones,
parecía de goma. De pronto el aro comenzó a subir en el aire y ella siguió
haciendo lo mismo pero a 10 metros del suelo, era increíble. Para finalizar el
número los dos se subieron al precioso caballo blanco e hicieron piruetas sobre
este: se ponían de pie sobre él, hacían el pino, daban volteretas, se subían
uno sobre el otro…
El tercero en salir fue Bruno. Que empezó haciendo
una doma con el precioso caballo blanco, la verdad es que era algo
espectacular. Después saco al camello, la cabra y el toro. Los niños estaban
encantados de ver todos aquellos animales. Por último sacó dos grandes
serpientes y se paseó entre el público para que pudieran verlas de cerca y
tocarlas.
Los cuartos fueron Fabio y Tomas, que hicieron un
número muy gracioso. Creaban situaciones estúpidas lo que hacía que la gente se
desternillara de risa, se tropezaban, se pisaban, mantenían conversaciones
absurdas, se tiraban tartas… Una actuación la mar de entretenida.
Y por último llegó el turno de Samuel, que era más
un ilusionista que un mago. Empezó su número haciendo magia con animales, hizo
aparecer un conejo, y una paloma de dentro de su sombrero. Luego hizo algún
truco con pañuelos, algunos trucos de magia cómica, siguió haciendo un número
en el cual parecía cortar a uno de sus hermanos por la mitad, tras haberle
metido en una caja, y por último hizo un número de escapismo en el cual se
ataba con unas cadenas y conseguía escaparse en menos de un minuto. Su número
era tan mágico como su mirada, o eso pensó Adriana.
Tras la actuación recibieron todos salieron al
centro de la pista y recibieron una gran ovación, y cada uno con un sombrero
fue pasando entre la gente para recibir la voluntad de los espectadores.
Cuando todo hubo acabado recogieron todos los
materiales y los metieron en las carretas, como ya era de noche decidieron
cenar y dormir en una posada que había en la ciudad.
Una vez estuvieron todos sentados y con algo para
beber Bruno dijo
-“Hermanos, hoy ha sido un buen día, la actuación
ha salido genial y hemos recibido una buena suma de dinero, que por otro lado
ya nos hacía falta. Quizá nuestra invitada nos haya traído suerte.” Adriana se puso roja como un tomate. Tuvo
suerte de que la atención de todos se centrara en el posadero que traía la
cena.
-“A comer” Dijo Bruno. Y todos comenzaron a comer
al instante. El bullicio era considerable, cada uno contaba su actuación al de
al lado, y se alababan por lo bien que había salido todo. Una vez acabaron de
cenar, Bruno volvió a tomar la palabra:
-“Bueno chicos, Hugo, Alejandro y yo vamos a ir a
dar una vuelta por la ciudad, Liliana queda al mando, hacerla caso” y cuando se
disponían a levantarse pareció acordarse de algo “Un momento, Adriana aún no
nos ha dicho la decisión que va a tomar” El corazón de Adriana parecía salirse
de su pecho, la verdad es que no tenía ningún otro sitio a donde ir
-“eeemmm… Buenoooooo, la verdad es que….” No sabía
que decir.
-“Antes de que digas nada, me gustaría proponerte
ser mi ayudanta en mis números” Dijo
Samuel. No podía ser verdad, ahora sí que estaba petrificada del todo. ¿De
verdad se lo había dicho a ella? Si pensaba que para él ella era un estorbo, no
le había dirigido la palabra hasta entonces. “Te enseñaré lo que hay que hacer
y podrás ayudarme, si quieres claro” Adriana solo pudo asentir con la cabeza,
las palabras no salían de su boca por más que quisiera.
-“Esta bien pues” Dijo Bruno “Ya tenemos un miembro
más entre nosotros”. Después se levantó e hizo un gesto a sus hermanos para que
le acompañaran “No os acostéis tarde, mañana nos espera un duro viaje” Y
Alejandro Hugo y él se marcharon de la posada.
-“Vámonos a la habitación” Dijo Liliana. Y todos
subieron con ella, menos Samuel que salió a la calle. Una vez en la habitación
los gemelos se tumbaron cada uno en una cama y Liliana le dijo a Adriana:
-“Como no sabíamos si te ibas a quedar o no,
tendrás que compartir cama conmigo, si no te importa claro”.
-“Para nada”.
-“Esta bien, antes de dormir solemos contar un
cuento, nos gusta hacerlo”.
-“Me encantan los cuentos, yo solía leer mucho”
Ups, Adriana se había dejado llevar, había dicho que no recordaba nada y ahora
parecía que si lo hacía, menos mal que Liliana no se dio cuenta.
-“Estupendo, así me podrás ayudar a contar nuevas
historias, porque las mías se repiten un poco”.
-“Me encantará”. Pero cuando se giraron los chicos
estaban dormidos, así que Liliana dijo:
-“Bueno por hoy creo que ha sido suficiente, los
días de actuación los chicos caen rendidos”.
-“Voy a bajar a la calle antes de dormir, me
apetece sentir el aire fresco”. Dijo Adriana
-“Como quieras, yo te espero en la cama”.
Adriana bajo las escaleras y salió a la calle.
-“Hola” Giró la cabeza a su izquierda y allí estaba
Samuel.
-“¿Qué haces ahí solo?”
-“Me encanta contemplar la luna un rato antes de
dormir, y más si está llena como hoy”.
-“Es verdad, que bonita. Me gustaría darte las
gracias por permitir que me quede con vosotros, y por haberme dado una labor en
el circo”.
-“No es nada, llevo tiempo necesitando una ayuda, y
creo que tu lo harás bien”.
-“¿Por qué lo crees, si apenas me conoces?”
-“Porque creo que eres una chica muy guapa y con
muchos recursos, ha cualquiera no se le da bien disimular una pérdida de
memoria repentina”. Anda, pensaba que había engañado a todo el mundo, pero a él
no parecía haberlo conseguido. “Tranquila, no diré nada a mis hermanos, tampoco
creo que ellos te vayan a preguntar.
Bueno vámonos a la cama que mañana es un día duro”. Y los dos subieron a
la habitación donde Liliana esperaba con una sonrisa a ambos
-“Vamos tortolitos, que ya es hora de dormir”.
Adriana volvió a ruborizarse.
-“Pero que dices Liliana, siempre estas con tus
tonterías”.
-“Anda tontorrón, que no hay nadie que te conozca
mejor que tu hermana”.
-“Anda duérmete y cállate”.
Adriana se metió en la cama con Liliana y esta le
dijo en voz baja: “Le gustas, estoy segura”.
A la mañana siguiente emprendieron el viaje, al
parecer era un viaje bastante largo, de unos dos o tres días, Adriana esperaba
que fuera en la dirección de su casa, pero no fue así. Durante el camino
hicieron varias paradas para comer y descansar. En una de ellas Hugo se acercó
a Adriana y la entregó su arco
“¡Mi arco! ¿Lo has tenido tu todo este tiempo?”
-“Si, estaba a tu lado cuando te encontré. Como no
sabía si eras peligrosa decidí guardarlo, pero te prometo que te lo iba a dar”.
La voz de Hugo era grave, parecía que le costaba hablar. Pero en su cara podía
verse mucha inocencia, así que Adriana creyó lo que la decía.
-“Muchas gracias, eres muy amable” Le dio un beso
en la mejilla y Hugo se ruborizo tanto que no tuvo más remedio que dar media
vuelta.
Una de las paradas que hicieron fue en medio de un
bosque, todos sabían que era peligroso parar allí, pero no había otro remedio.
Era la hora de comer por lo que Hugo salió a buscar leña, como el día que
encontró a Adriana y Liliana se disponía a ir con Samuel a cazar algo para
comer. Entonces se volvió a Adriana y la dijo:
-“¿Quieres venir con nosotros?”
-“Vale” Contesto Adriana
-“He supuesto que si llevabas un arco el día que te
encontramos será porque sabes disparar con él, ¿No es así?”
-“La verdad es que espero recordar como se hacía”.
Cuando se adentraron en la espesura del bosque
vieron un jabalí y Liliana susurro a Adriana
-“Venga, prueba a ver qué pasa”. Adriana disparó y
mató al jabalí de un solo flechazo.
-“Que puntería” Dijo Samuel asombrado “No me
esperaba esta faceta tuya”.
Cuando volvieron al campamento con la cazo todos se
pusieron muy contentos. Liliana contó que había sido Adriana quien lo había cazado
y con una sola flecha, todos se quedaron asombrados y pidieron a Adriana que
les demostrara como tiraba con el arco. Pusieron un fardo de paja colgado de un
árbol y la dijeron que disparara a ver cuántas flechas era capaz de clavar en
él. Adriana pensó que aquello era pan comido, y en efecto, de cinco flechas que
disparó las cinco fueron a clavarse en el fardo. Todos quedaron impresionados e
incitaron a Adriana a participar con ellos en el circo con un número de
puntería, pero la visión de Bruno fue a más y dijo:
-“Creo que un número de disparo a una diana es un
poco soso. Lo mejor sería hacerlo más espectacular”
-“Podría enseñarla a ir de pie en el caballo y que
lanzase desde ahí” Dijo Alejandro
-“Ves, ahora sí que me gusta”.
Desde aquel momento comenzó a trabajar con
Alejandro para montar de pie en el precioso caballo blanco.
Esto llevó a Adriana varios meses, multitud de
caídas, heridas y magulladuras. Pero al final consiguió aprender cómo montar de
pie en el caballo. La siguiente misión era aprender a disparar a una diana en
movimiento.
Durante los meses que llevaba con ellos se había
consagrado como una más de la familia. Una de sus principales misiones era contar
historias por las noches, ya que había leído tantos libros que se sabía
infinidad de ellas. Tanto los niños como los adultos esperaban a que su cuento
acabase para, o bien irse a dormir, o bien ir a dar una vuelta. A todos les
encantaban sus historias. De vez en cuando enseñaba una nueva historia a
Liliana para que ella también pudiese contarlas, porque a ella también la
encantaba hacerlo. Incluso en algunas ocasiones las contaban entre las dos.
Por otro lado su relación con Samuel era
maravillosa. Por las noches los dos solían hablar a la luz de la luna. Al
principio todo era relacionado con los números en los que Adriana tenía que
ayudarle, pero poco a poco empezaron a hablar de cosas más personales. Hasta
que una noche de luna llena Samuel la dijo que estaba enamorado de ella y la
propuso ser novios, ella dijo que sí y se besaron.
Había pasado un año desde que Adriana había llegado
al circo, y ya estaba preparada para hacer su propio número. Había salido
muchas veces a escena ayudando a Samuel, pero ella sola no lo había hecho
nunca, así que estaba nerviosísima. En su presentación Bruno dijo algo así
como:
“Tenemos la satisfacción de poder presentaros la
nueva incorporación de nuestro circo. Es una chica de 13 años, Una autentica
amazona, tanto por su belleza como por su precisión con el arco y su doma de
los caballos. Ella es ¡Adriana!”. Guau, estaba realmente impresionada, como
ahora no hiciese bien el número…
Adriana salió después de Alejandro y Liliana, ambos
la desearon suerte y Liliana la dio un beso. Antes de subirse al caballo le
susurro al oído al animal “vamos campeón, hoy nos va a salir todo de perlas”.
Comenzó su actuación dando un par de vueltas en el caballo alrededor del
escenario, después se puso de pie sobre él y comenzó a lanzar flechas a las
dianas que había. Todas dieron en la diana, el público aplaudió entusiasmado y
ella sintió como si le hubieran quitado una losa de cien quilos de sus hombros.
Después de la actuación todos celebraban lo bien
que había ido el debut de Adriana. Y a partir de ese momento pasó a ser un
miembro más del circo.
Tras varios años de viaje Adriana había podido
visitar los lugares más dispares. Estuvieron en desiertos, altas montañas,
playas, con frio, con calor, durante el otoño, la primavera, el verano o el invierno. Ahora ella tenía 16 años, era
toda una mujercita, seguía siendo novia de Samuel y la vida del circo la
parecía algo maravilloso, siempre estaban de buen humor, se ayudaban mutuamente
y sus actuaciones gustaban mucho al público. Pero aquél era un momento
delicado, ya que el precioso caballo blanco, estaba cojo y tendrían que
sacrificarlo.
Un día llegaron a una ciudad, que a Adriana la
resultaba familiar, paseando por las calles reconoció algunos lugares y supo
que estaba en la ciudad de su infancia. Se lo dijo a los hermanos y rápidamente
se dirigieron a su casa, llamaron a la puerta pero allí no había nadie. Adriana
se llevó una gran decepción, pero esperaba que su padre o Victoria fueran al
circo porque recordaba que Victoria la había comentado alguna vez que el circo
la maravillaba.
Por la tarde prepararon todo para la actuación y
cuando el público se arremolinó, Adriana no consiguió distinguir a su padre ni
a Victoria. Una vez acabada la actuación, mientras pasaba el sombrero para
recibir la voluntad, se acercó a ella un niño de unos 4 años, echó unas monedas
y salió corriendo para abrazarse a las piernas de su madre. Adriana se fijo en
la mujer, sin duda era Victoria. Adriana salió corriendo hacia ella y dijo:
-“Victoria, soy Adriana” a lo que la mujer
respondió
-“¿Como dices muchacha?”
-“So y yo, Adriana”.
-“No puede ser, ¿de verdad eres Adriana?” En ese
momento un hombre se acerco a ellas, era su padre, este dijo:
-“¿Qué pasa cariño?”
-“Es Adriana” respondió Victoria.
-“Cariño, que ilusa eres. Nunca perderás la
esperanza de encontrarla. Lo que sucedió no fue culpa tuya, asúmelo”. Y
dirigiéndose a Adriana dijo “No te lo tomes a mal muchacha, pero mucha gente ha
intentado engañarnos diciendo que habían encontrado a nuestra hija. Ya hemos
sufrido bastante”. Se dieron media vuelta y empezaron a caminar, cuando de
repente Adriana lo recordó.
-“Espera papá, puedo demostrarte que soy Adriana,
tu hija. Espérame aquí un momento”. Y se fue corriendo rápidamente a una de las
carretas donde había un cofre con los bienes más preciados de los hermanos, y
de allí saco el llavero que su madre la había dado. Volvió corriendo junto a su
padre y Victoria, y mostrando el llavero a su padre le dijo
-“¿Recuerdas cuando murió mama? Ella nos dio uno de
estos a cada uno, si aún lo guardas podrás saber que no te miento” El padre
sacó lentamente un pañuelo de un bolsillo interior de la chaqueta, lo
desenvolvió y en él estaba el llavero, lo acercó al que Adriana tenía en la
mano y ambos quedaron formando uno solo.
-“Hija mía” Dijo su padre, y se abalanzó sobre la
chica fundiéndose en un abrazo al que rápidamente se unió Victoria.
-“Que alegría hija, ya no esperaba volver a verte”.
-“Ni yo a ti papá”.
-“Que alegría”. Los tres lloraban desconsolados.
Cuando Adriana se dio cuenta, los hermanos estaban tras ellos con claros gestos
de emoción.
-“Mira papá, estos chicos me recogieron cuando me
perdí en el bosque, y he vivido con ellos estos cuatro años, formo parte del
espectáculo”.
-“Ya lo he visto, recoged vuestras cosas y venid a
mi casa, os invito a cenar a todos”.
Adriana abrazó y beso a su padre y a Victoria y
cuando se volvió para ayudar a los hermanos a recoger Bruno dijo:
-“Creo que por hoy ya has hecho suficiente, ve con
tus padres, nosotros recogeremos e iremos cuando acabemos. Samuel, acompaña a
la dama, no vaya a ser que se pierda”. Y guiñó un ojo a su hermano.
Los cinco fueron caminando hasta la casa. Por el
camino se contaron muchas cosas y Adriana dijo a su padre y a Victoria que Aquel chico era su novio. Una
vez estuvieron en casa Adriana no se lo podía creer, estaba todo como lo
recordaba, que recuerdos. Enseñó a Samuel la casa y este dijo
-“normal que disimulases tu pérdida de memoria, una
casa así no se le olvida a nadie”.
-“Que tonto eres”.
Entonces llamaron a la puerta, eran los hermanos a
los que el padre recibió y sentó en una mesa. Adriana estaba dispuesta a bajar
las escaleras para juntarse con todos cuando Victoria la cogió por el brazo y
dijo:
-“Samuel, ¿Serias tan amable de esperarnos abajo?”
-“Por supuesto dijo él”.
Victoria hizo pasar a Adriana a su habitación.
-“Cariño, como te he echado de menos, pensé que
nunca más volvería a verte”.
-“Lo mismo digo Victoria, me he arrepentido muchas
veces de haberme alejado tanto aquel día”.
-“Bueno cariño, lo importante es que estas aquí
sana y salva. Creo que es el momento”
-“¿El momento de que Victoria?”. Victoria se
encamino hacia el armario y entonces Adriana se acordó.
-“El vestido” Victoria saco el vestido amarillo del
armario y lo extendió sobre la cama.
-“Creo que ahora te estará perfecto. Cámbiate y
cuando estés lista baja al comedor”.
-“Muchas gracias Victoria”.
-“A ti por volver”.
Adriana se cambió rápidamente, se miro al espejo, y
la imagen fue increíble, el vestido la estaba como un guante.
Cuando comenzó a bajar las escaleras estaba
nerviosa, no podía creer que estuviese de nuevo en su casa. Poco a poco fue
bajando, y cuando llegó al salón, todos los hermanos se pusieron de pie,
incluida Liliana. Sus caras mostraban tal asombro que parecía que hubiesen visto
un fantasma
-“Estas increíble” Dijo Liliana.
Cuando todos estuvieron asentados se sirvió la
cena.
-“Vaya casa que tenías ¿no Adriana? No sé cómo te
pudiste acostumbrar a vivir con nosotros” Dijo Bruno.
-“Vosotros con vuestro cariño convertisteis el campamento
en un hogar perfecto” Dijo Adriana
-“Muchachos, no sé como agradeceros lo que habéis
hecho por mi hija. De verdad, me habéis hecho el hombre más feliz del mundo”.
-“Hicimos lo que cualquier persona honrada habría
hecho, ayudar a una muchacha indefensa. Nosotros no seremos ricos ni tendremos
buenos modales, pero creemos que en la vida hay que ayudar a los demás”. Dijo
Samuel
-“Unas preciosas palabras” Dijo el padre de
Adriana. “Como muestra de agradecimiento os ofrezco trabajar conmigo en mis
negocios”.
-“Que duda cabe de que su oferta es muy suculenta,
pero creo que mis hermanos y yo amamos lo que hacemos. Por lo que gracias pero
seguiremos con nuestro circo” Dijo Bruno.
-“Esta bien, en ese caso os invito a pasar un par
de semanas en mi casa, así podré encontrar la manera de compensaros”.
-“Eso me parece mejor” Dijo Bruno.
Y durante toda la noche contaron al padre de
Adriana y a Victoria las historias que habían vivido durante sus viajes, y
ellos les contaron a los hermanos y a Adriana como había sido su vida durante
la ausencia de Adriana.
Durante las dos siguientes semanas el padre de
Adriana conversaba con Bruno para intentar que este aceptase alguna de sus
propuestas. Adriana presento a los hermanos a su familia y pareció que Liliana
se entendía muy bien con su primo.
Finalmente el padre de Adriana y Bruno llegaron a
un acuerdo. Ellos seguirían su camino de actuaciones y una vez al año pasarían
por la pequeña ciudad, quedándose en ella un par de semanas. Además el padre de
Adriana proveería al circo de los materiales que fueran necesarios, así como
los animales.
Todos quedaron muy contentos y fueron felices el
resto de sus vidas.
QUE HE MANTENIDO EN EL CUENTO
- La entrega de un objeto de la madre a la chica.
- La muerte de la madre de la chica.
- Los hermanos son 7.
- La unión final es mediante el objeto que la madre había entregado.
QUE HE CAMBIADO
EN EL CUENTO
- La madrastra es buena y no mala.
- Los chicos se dedican al circo y no son bandidos.
- Al final los chicos no trabajan para el padre, sino que siguen con sus vidas.
Me ha llevado mucho tiempo hacer esta adaptación, pero me metía tanto en la historia cuando la escribia, que me consideraba incapaz de hacerla mas corta, las horas se me pasaban como minutos. El resultado final me ha parecido estupendo, me siento muy satisfecho. A ver si al final me voy a tener que dedicar a escribir...
Un saludo.
Perfecto.
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